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Los psicólogos clínicos Isabel Viéitez y Andrés Moneo (derecha) junto a otros compañeros del equipo de Alborada, en el centro. | // D.P.

En Alborada la lucha continúa

El centro terapéutico contra la droga de Tomiño cumple 40 años

Alborada: Asociación Cidadá de Loita contra a Droga, especializada en la intervención y prevención en adicciones, así como el tratamiento de la drogadicción, ha cumplido 40 años de trabajo.

Dos psicólogos clínicos, una enfermera, nueve educadores y dos vigilantes-celadores forman el equipo estable al frente de la comunidad terapéutica, sita en el barrio de Riás (parroquia tomiñesa de Piñeiro). A estos profesionales hay que sumar un médico y una trabajadora social, que visitan semanalmente a las personas internadas en la institución.

Esta comunidad terapéutica es una de las tres que existen en Galicia (A Coruña, Ferrol y Tomiño) dentro del Plan Nacional de Drogas, gracias a lo que los programas y actividades (centro de día, comunidad terapéutica y unidad asistencial) desarrollados por esta especie de ONG aconfesional, apolítica y de acceso público, se llevan a cabo con la subvención concedida por la Consellería de Sanidade. También la colaboración del Ayuntamiento de Tomiño es incondicional para el buen funcionamiento del centro de rehabilitación.

Hay dos requisitos indispensables para poder entrar a la institución: voluntad de hacerlo y abstinencia

Isabel Viéitez, psicóloga clínica y coordinadora de la comunidad terapéutica lleva más de 30 años trabajando en el proyecto. Explica que hay dos requisitos indispensables para poder entrar a la institución: voluntad de hacerlo y abstinencia.

Antes de la crisis económica de los últimos años y de la pandemia, el tratamiento duraba 9 meses. Ahora entre 3 y 5, por lo que los tiempos hay que aprovecharlos al máximo. Las rutinas son muy importantes cuando se trata de curarse. Por la mañana, las 25 personas que admite la entidad por tandas, se levantan temprano, se asean, hacen la cama, limpian, preparan el desayuno, cocinan, cuidan de la huerta, lavandería, taller de mantenimiento... y van a terapia.

Atención personalizada

La atención es personalizada pero las tareas se hacen de forma conjunta y rotativa. Por la tarde, hay muchos talleres (mindfulness, educación en valores, expresión corporal, emociones y afectividad, autoestima, salud, motivación, tiempo libre, informática, manualidades, prevención de recaídas) y antes de la cena, asamblea general diaria para hablar y expresarse sobre el proceso de cada quien, problemas que puedan surgir, etc.

Las actividades al aire libre son fundamentales; se trata de reaprender a disfrutar de la naturaleza y del aire libre sin sustancias de por medio. Desde la pandemia no pueden salir del centro para hacer actividades de montañismo, náutica, etc., como antes, pero sí se admiten las visitas de familiares.

El trabajo que hace toda la plantilla es vocacional. “Te tiene que gustar –explica Isabel Viéitez-– a mi particularmente me gusta trabajar con ellos porque todavía tienen una vida por delante, son personas válidas y buenas, y resulta muy motivador poder ayudarles a descubrirla y aprovecharla al máximo”.

La mayoría de las personas que llegan a Alborada no fueron capaces de dejar su adicción y necesitan ayuda para hacerlo. No hay clases sociales, ni nivel de estudios ni profesiones, ni edades que marquen un perfil. En la actualidad, la diferencia de hace 30 el 40 años atrás, la droga que se lleva la palma es la cocaína, seguida del alcohol.

El año pasado pasaron por la comunidad tomiñesa unas 56 personas (37 hombres y 19 mujeres) de una media de edad de entre 30 y 40 años

El año pasado pasaron por la comunidad tomiñesa unas 56 personas (37 hombres y 19 mujeres) de una media de edad de entre 30 y 40 años. Algunos reincidentes, otros por primera vez.

Andrés Moneo es el profesional con más años dentro de Alborada. Se jubila en septiembre después de 37 años acompañando a personas que quieren dejar las drogas. “En mi caso es algo vocacional; me gusta acompañarles en el proceso”. Llegó a Alborada por un trabajo de investigación y le ofrecieron quedarse. “El balance es muy positivo porque vives muchas vidas... tiramos por la gente... son personas antes que pacientes... siempre funcionamos como una familia”, explica. Recuerda perfectamente los comienzos, en los 80, en los que solo tenían una casita pequeña (hoy taller) con una cocina de leña y muchos animales de granja y mascotas, jóvenes de veintipocos años enganchados a la heroína o con VIH/SIDA, tres psicólogos para las terapias y poco más. Afirma irse contento, con el deber cumplido y dando lugar a un relevo generacional.

En 2007 se hizo una gran obra, con unas 30 plazas, y espacios amplios, consultas y otras obras, que permiten acoger a los pacientes de otra manera, con más comodidades y recursos materiales, que hacen la estancia más confortable.

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