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El plástico tiene futuro en Gondomar

Dos jóvenes de Peitieiros reciclan tapones y envases para convertirlos en objetos de uso diario

Alba Villanueva y Fabián Freiría en su taller de Peitieiros.

“El plástico no es bueno ni malo. En todo caso, somos nosotros los que hacemos un buen uso o un mal uso de él”. La frase de Fabián Freiría y Alba Villanueva invita a la reflexión. La misma que ellos han hecho hace casi tres años para acabar montando un taller de reciclaje doméstico en el que convierten tapones y envases en objetos de uso diario. Se suman a la guerra global que el mundo le ha declarado al material más denostado del momento, pero lo combaten sacándole provecho.

Todo comenzó en 2018, cuando el servicio de retirada de basura cambió de concesionaria en Gondomar. “Hubo un período de tiempo en que los contenedores de plástico estaban a rebosar porque se había paralizado la recogida selectiva”, explican. No podían hacer más que darle vueltas a la cabeza pensando en una alternativa para evitar aquello. Técnico audiovisual él y agente comercial graduada en Física ella, la pareja residente en la parroquia gondomareña de Peitieiros comparte el activismo por el desarrollo sostenible y el cuidado del medio ambiente. Bucearon en internet y encontraron lo que buscaban. Toda clase de información sobre el reciclaje en casa y la búsqueda de un futuro perdurable a objetos que acaban en el contenedor.

Se hicieron con una trituradora y utilizan con una inyectora, una plancha de calor o incluso aprovechan una sandwichera o un viejo horno para fundir las “virutas” y darles forma.

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Surgió entonces Aventura Plástica, su proyecto de concienciación ambiental que revoluciona la idea generalizada actual sobre el plástico y que tiene una doble vertiente. Por un lado, la idea era comenzar con charlas y talleres en colegios e institutos para contagiar a las nuevas generaciones “de la necesidad de huir del usar y tirar”. Pero la pandemia paralizó sus planes de recorrer las aulas. Así que se centraron en la otra cara de la iniciativa: el regeneración.

Se hicieron con una trituradora y utilizan con una inyectora, una plancha de calor o incluso aprovechan una sandwichera o un viejo horno para fundir las “virutas” y darles forma. El proceso es artesanal. “Primero tenemos que limpiar muy bien cada pieza una a una. Si los tapones traen restos de leche u otros alimentos se crean hongos y las etiquetas de papel tampoco pueden interferir”, señalan. El siguiente paso es separar las piezas según el tipo de plástico que las compone, para que se fundan entre sí. “Normalmente vienen numerados del 1 al 7. Nosotros usamos del 2 al 5 porque son los más comunes en el consumo doméstico”, explican.

De las máquinas han salido ya peonzas para jugar, tiradores de puertas, posavasos, pendientes y planchas multiusos

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Tienen un contenedor itinerante para recoger tapones por el municipio, pero la colaboración vecinal fue tan alta los primeros días que le han dado un descanso tras acumular material para trabajar durante dos meses.

De las máquinas han salido ya peonzas para jugar, tiradores de puertas, posavasos, pendientes y planchas multiusos que tanto sirven como portafolios como a modo de bandeja. Trabajan en el diseño de otros artículos para elaborar un muestrario como pequeñas macetas, botones para la ropa y les gustaría fabricar a largo plazo objetos más elaborados como monturas de gafas, interruptores y clavijas para enchufes, así como útiles más grandes como vigas de hasta dos metros.

La idea es vender algún día para vivir de ello e incluso crear puestos de trabajo. Eso sí, sin perder la referencia de la economía circular. “Huimos del sistema de producción intensiva y esto puede aportar riqueza al entorno más cercano. El mercado de proximidad es la meta”, insisten.

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