Cuarenta tractores de troncos y vegetación de toda clase salieron de la vieja presa de regadío A Regueira durante el confinamiento. La desbrozadora de Juan Alves no paró hasta que la volvió a sacar a la luz el estanque que llevaba medio siglo oculto entre la maleza. Quería hacer algo productivo en aquellos tensos días de cuarentena y, poco a poco, convirtió un espacio vecinal de uso agrícola prácticamente abandonado en un auténtico "parque acuático" en el corazón de la parroquia de San Pedro.
Cuando el Gobierno decretó el encierro general para poner freno a la pandemia, este vecino de A Carrasca temía por su salud. Es diabético y lleva años manteniendo a raya el nivel de azúcar a base de ejercicio. "Me gusta mucho andar en bici, pero no se podía salir y el tobogán que me construí en casa, de 60 metros, se me quedaba pequeño, así que me puse a limpiar la bajada a la presa, de 600 metros,", explica. "Tenía que quemar azúcar y la única manera era con la desbrozadora", bromea. En ello se empleó cada día al salir del trabajo, "a veces hasta las once y media de la noche".
En cuanto despejó el terreno empezó con el mobiliario. Unos columpios por aquí para balancearse sobre el agua, unos bancos por allá para sentarse a gozar del paraje natural... y hasta construyó un circuito para ejercitarse en bicicleta o a pie con rampas en pendiente incluidas. Todo con ayuda de amigos.
Todavía no era suficiente y ¿por qué no habilitar el estanque para el baño? Retiró parte del barro y con él decenas de pares de zapatos y basura que cubrían el fondo, pero "todavía tengo que quitar más lodo para que quede seguro y para que el agua no esté turbia". Ahora quiere colocar barandillas para evitar caídas e incluso "hacer una especie de cascada". Será una poza artificial en toda regla.
Desde la desescalada disfruta del espacio con familia y amistades y espera que lo haga mucha más gente. "Es un sitio estupendo para disfrutar con la distancia de seguridad que exige la pandemia", afirma.