Procedentes de Cataluña, Valencia y Mallorca en su mayoría, los prisioneros que malvivieron en el monasterio entre 1937 y 1939 daban rienda suelta a sus sueños con un lápiz en la mano sobre un lienzo de tablilla y yeso en los tabiques levantados en la primera planta para dividir las estancias de la prisión. Pese a la fragilidad de los materiales y a las décadas de abandono del edificio, las manifestaciones artísticas de los encarcelados han resistido, aunque los propietarios del monasterio los recibieron en condiciones delicadas debido a la humedad.

Todavía pueden verse pintados los calendarios sobre los que tachaban los días a la espera de la libertad. Los diseños recogen también ansias más mundanas como bodegones o platos de comida, como la cabeza de cerdo de la parte superior de la imagen, paisajes idílicos como el de la izquierda e incluso escenas bélicas como la avioneta y los soldados del centro, o tanques y armas.

Los dibujos han sido ya digitalizados y los murales serán restaurados para mostrarlos en un pequeño museo. La propiedad considera los grafitos "una parte muy importante de la memoria histórica del monasterio y de este país, por lo que desde el primer momento tuvimos claro que queríamos recuperarlos para exponerlos al público". La sociedad ha realizado un estudio histórico alrededor del campo de concentración con recogida de documentación y testimonios que arroja luz sobre lo que allí ocurrió en aquella etapa.