Xabier Garrido, cantero de Viladesuso acostumbr ado desde joven a cincelar la piedra, tiene en cambio madera de héroe. Sus acciones, siempre en defensa del patrimonio cultural y ecológico de Oia, han contribuido a tallar, durante años, un personaje a la altura de su entusiasmo: emprendedor, concienciado y con los pies en la tierra. Así lo ha sabido ver Greenpeace España, que le ha elegido en representación de los más de 300.000 voluntarios que en 2002 limpiaron las costas gallegas tras la catástrofe del Prestige y le ha incluido en una lista de "17 personas que cambiaron el rumbo del mundo".

"A mi entender es bastante exagerado", asegura Garrido, quien califica de "anécdota" que su imagen aparezca junto a la de personajes tan célebres como, por ejemplo, la joven pakistaní Malala Yousafzai, que hace escasos días recibió el Premio Nobel de la Paz, o Azucena Villaflor, una de las fundadoras de la asociación de las Madres de Plaza de Mayo.

"Habrán buscado en internet por 'voluntarios del Prestige' y me encontraron a mí; soy una persona normal", apunta, con la intención de ceder todo el protagonismo a "aquel increíble movimiento ciudadano" que asombró al mundo.

Xabier Garrido fue uno de aquellos 300.000 voluntarios -"uno de los primeros que se lanzó al mar con lo que teníamos a mano en cuanto llegaron los primeros restos de chapapote a las costas de Oia", recuerda-, pero no el único. Lo que singulariza su historia sucedería, sin embargo, años más tarde. Concretamente diez.

Monumento

Un exótico madero de mongoy de 18 metros de longitud que el propio Garrido encontró a la deriva y rescató del mar en 2008 fue el "clic" que despertó en él la idea de crear un monumento que recordase aquella "marea blanca" de solidaridad frente a la negra amenaza del fuel vertido por el petrolero.

Con más voluntad que apoyos, consiguió sacar adelante su proyecto, que desde 2012 preside el mirador de Fonte Quente, en la ladera del monte Trega de A Guarda. Para construirlo pidió a quienes formaron parte de aquel movimiento ciudadano ejemplar que enviasen una piedra blanca que les representaría de forma anónima en el monumento. Recibió más de un millar de distintos puntos de España, pero también desde países tan dispares como Egipto, Estados Unidos o Venezuela.

No todas fueron incluidas. "Algunas llegaron tarde y no he podido colocarlas", lamenta Garrido, que guarda celosamente en su casa cientos de notas y fotografías que le fueron llegando junto a las piedras. "Pensaba hacer un libro con ellas y algún día lo haré", explica el cantero, que nunca olvidará los días de trabajo altruista que compartió "codo con codo", con desconocidos a los que quizás nunca volverá a ver.