Muchas fortunas de este país son fruto del trabajo y el ingenio; otras pertenecen a personas que mostraron ante la sociedad una integridad moral incorruptible avalada por valores solidarios y humanos, y que, después, la justicia demostró que eran embaucadores sin valores que engañaban a la sociedad que los admiraba y cuyas fortunas descansaban en paraísos fiscales. Todo esto pone en duda no solo la integridad moral de estos pájaros viajeros sino la integridad de la misma naturaleza humana, de si nos maneja a su antojo el volumen del interés que nos tienta, y manejamos, según nos conviene, la reflexión moral extraída de la necesidad ajena frente a nuestra intocable riqueza; de si somos actores al servicio del dinero y el poder o personas íntegras regidas por dictados de la conciencia.

En cualquier caso, ni el buen criterio de la moral ni el notable poder del dinero cambian que la riqueza fruto de la ilegalidad habrá servido para disfrutar de mucho a unos pocos y, la estricta moral fruto de la integridad, habrá servido para disfrutar de poco a otros muchos.