Miraba al firmamento sin entender por qué sentenciar un planeta para escapar a otro rojo, desértico y casi sin atmósfera, consciente de que era una cortina de humo y que de no serlo solo habría sitio allá para un puñado de humanos. Pero la respuesta no estaba en las estrellas si no en nuestra propia naturaleza: revueltas en todo Sudamérica y Asia; la multinacional del populismo expandiéndose vertiginosamente con nuevas sucursales con el mismo viejo mensaje de intolerancia como vacuna a las desdichas de nuestros propios pecados; los ricos siendo más ricos que nunca y los pobres volviendo a ser tan pobres como nunca. Todo, con el cambio climático que interesadamente niegan ayudándoles a conseguir más poder y materias primas en un número menor de manos que no cesan de oprimir a trabajadores dispuestos a todo por nada.

Los feroces serán los últimos en sufrir la ira de una Tierra herida.