El independentismo en el noreste de España se ha robustecido aprovechando delicadas concesiones que después no se controlaron. La competencia en Educación ha formado generaciones que, con mentiras históricas y calumnias contra España, ha generado odio en algunos (tal vez en muchos). Es verdad que el problema ya existía, pero se ha agrabado.

La independencia es fruta prohibida que está en alto árbol. Los que intentaron alcanzarla no solo no la consiguieron; se magullaron en su caída.

No se han rendido; aplican su segundo método: lograr su objetivo a plazos. Están construyendo una escalera, con disimulo, sin hacer ruido, peldaño a peldaño para llegar a la copa del árbol. El material para esa obra se lo van facilitando, también con sigilo, presidentes del Gobierno nacional sin reparar si las tablas que les dan (pactos con privilegios disfrazados) van contra Las Tablas de la Ley Hispana: la Constitución. A cambio de unos votos que les negaron los españoles en unas elecciones generales.

La fragancia que se respira en el Palacio de la Moncloa debe de encantar la ambición de algunos de sus huéspedes y robustecer su egolatría. Así se explicaría su resistencia a abandonarlo, afrontando riesgos que, a mi parecer, llegan a rozar el límite de la felonía.

No estoy seguro de que, al final, el precio del alquiler le salga gratis.