No parece que entre los temas que se van a tratar más en la próxima campaña electoral figure uno de los problemas a mi modo de ver más serios que tiene España (Galicia, de un modo particular) y del que sin embargo apenas oigo hablar; y no me refiero ahora a la bajísima natalidad, sino a algo igual de grave: la emigración de nuestros jóvenes, muchos de ellos altamente cualificados, a otros países. En el caso gallego, desde 2008 hasta 2015, 38.325 personas de entre 25 y 44 años abandonaron la comunidad autónoma, y, aunque no dispongo de una estadística más reciente, puedo acreditar que demasiados licenciados universitarios, cuya brillantez conozco por haberles dado clase, se han trasladado a vivir a países como Alemania, Francia, Rusia o Estados Unidos, donde han podido encontrar ocupaciones acordes a su preparación y capacidad intelectual que aquí escasean o prácticamente no existen. Es posible que ellos logren alcanzar allí su realización personal y profesional, pero resulta obvio que nuestra sociedad pierde así un potencial humano de primer orden derrochando, por otra parte, el esfuerzo invertido en su formación.

Distraídos con otras cuestiones, no atenderemos lo bastante en los próximos meses, como debiéramos, a la búsqueda de soluciones para esta nueva emigración que hace envejecer nuestra población y ensombrece nuestro futuro.