"¡Seamos hombres o gentiles damas/ niños adultos, ancianos o ancianas,/ seamos bellos, o esperpentos feos/ todos, sin excepción, largamos peos" (Lope de Vega, "La dama boba").

Este párrafo del ilustre escritor fue censurado, con posterioridad. Nuestros grandes literatos culteranos del Siglo de Oro eran proclives, sin menoscabo alguno, a citar la flatulencia. Incluso a magnificar sus bondades en el caso de Francisco de Quevedo, todo un maestro del epigrama. Publicó un cuasi tratado temático en su "Gracias y desgracias del ojo del culo". Dedicado a "D.ª Juana Mucha, montón de carne, mujer gorda por arrobas". Alcanzó cenit laudatorio al flato en su "Poema al pedo". Narró cierta anécdota que le acaeció con el rey Felipe IV de Castilla. Aunque, en realidad, la anécdota ya fuera descrita años atrás por Joan de Timoneda entre un truhán y un rey, en su cuento XXXIX de la obra "El sobremesa y alivio del caminante: cuentos breves". Así lo relataba: "Subía un truhán delante de un rey de Castilla por una escalera, y, parándose el truhán a estirarse el borceguí, tuvo necesidad el rey de darle con la mano en las nalgas para que caminase. El truhán, como le dio, echose un pedo, y tratándole el rey de bellaco, respondió el truhán: ¡a qué puerta llamara vuestra alteza, que no le respondieran!".

Contrariamente a lo que hoy en día se concibe como acto de mala educación, la liberación en público de la flatulencia en el pasado no era tal. Pueda que hoy nos sorprenda la alta estima dada a este fenómeno fisiológico. Los moabitas rendían culto a Baal-peor emitiendo flatos hacia la imagen del dios. Puestos a exagerar, en "Jueces" del Antiguo Testamento, se relata que Sansón, que comía ingestas de hortalizas, barría con sus ventosidades, disparadas hacia las llamas de un fuego, a las huestes filisteas; y Homero cuenta que Ulises cuando el viento no le favorecía, largaba flatos contra las velas del navío para avanzar. En Grecia apreciaban los augures que adivinaban el futuro por los flatos. En Roma, el emperador Claudio publicó el edicto "Flatum crepitumque ventris in convivo mettendis", destinado a la libre circulación de gases, en prevención de muertes dadas por reprimirlos de gente que recibía en audiencia.

Se mudaron las tornas a partir del siglo XVII. Fue a raíz de la publicación "De civilitate morum puerilium" de Erasmo de Rotterdam, enemigo acérrimo de las ventosidades. No solamente zahería al sujeto expelente, sino que también a quien intentare hacerlo con descarado disimulo. Ideario asumido por la Revolución Francesa por considerar tales actos como cortesanos propios en monarquías del Antiguo Régimen. Yo, indocto, como irreverente, ni pongo ni quito méritos a la flatulencia, me limito a constatar su fisiológica y natural presencia. Camilo José Cela, premio Nobel de literatura, llegó a afirmar, sin rubor, que reprimir el flato era causa de daño cerebral. Aunque, eso sí, decía que el español era un pedorrero casero.