Todo el mundo es como la luna: tiene un lado oscuro que no muestra a nadie, decía Mark Twain. Ahora, un siglo después, podríamos decir que el lado oscuro de muchos es del color naranja de Marte. Puede que suene pesimista ante el colosal logro que ha conseguido el cohete de Elon Musk en su puesta en órbita de uno de sus famosos coches eléctricos pero, sobre todo, porque los propulsores hayan sido capaces de aterrizar verticalmente en un punto determinado previamente. Esto ya anuncia un camino sin retorno en el que el sediento polvo naranja de Marte irá tiñendo el azul de nuestro condenado Planeta Tierra. Como si ya no tuviésemos la confirmación de que no hay que preocuparse por nada, que todo habían sido mensajes apocalípticos de unos cuantos científicos interesados que veían en el cambio climático un problema y un reto para la responsabilidad de una humanidad que debe transmitir este milagro azul en el que vivimos a otras generaciones.

Esta es la cara oscura de todos aquellos que se quieran creer esta falacia. La realidad es que los que tienen mayor responsabilidad en este desastre ya miran a ese espacio al que solo ellos podrán escapar.