Nunca he tenido muy claro el significado de la palabra "señorío" fuera del contexto de feudo. El cual era dominado por un señor en la libertad en obrar, sujetando las pasiones a la razón. En este sentido, las empresas, las ciudades, las naciones e incluso los campos de fútbol son señoríos que debieran ser regidos por alguien que muestre "gravedad o mesura en el porte y las acciones", según la RAE. La cuestión es que, o bien esta definición es fruto de un tiempo ya olvidado o algo no casa con lo que nos toca vivir cada día, acosados por infinidad de casos en los que el supuesto "Señor" está totalmente doblegado a la pasión por el dinero o el poder. No sería preocupante si esto se circunscribiese a ámbitos concretos de lo cotidiano. Sin embargo, desde las instituciones públicas hasta un colegio, pasando por el deporte, sufrimos una pandemia, que lejos de remitir se contagia cada vez más en ese afán de buscar el dorado sin reparar en los medios. Los niños ya no quieren ser abnegados profesores o los investigadores que cambien en el sino de una nación. Ahora quieren ser despiadados brokers, empresarios que se lucren pavoneando sin reparo de las empresas quebradas ante la docilidad de los que después les increparán con improperios a la salida de un juzgado, mientras el botín de su feudo está a buen recaudo. Señores que en su señorío contratan a señoritos díscolos acostumbrados a hacer lo que les venga en gana mientras las cuentas salgan para su Señor.

Quisiera creer que el señorío existió alguna vez, o incluso que no ha muerto a manos de consentidos señoritos.