El fútbol arousano imparte cátedra en Angola gracias a la presencia de Blas Charlín. Su labor como adjunto a la dirección técnica de la Academia de Fútbol Angola le responsabiliza en buena medida de la evolución de los más de 170 niños seleccionados en Luanda para hacer crecer su talento. Allí disfruta de una experiencia vital que va más allá del propio fútbol.

-La primera pregunta es obligada, ¿cómo surgió la posibilidad de ir a desarrollar su labor profesional como entrenador a Angola?

-Todo surgió cuando entrenaba en el Pontevedra. En Melgaço estaba concentrado el Benfica de Luanda y allí fuimos a jugar un amistoso con un combinado de canteranos del Pontevedra. Fue una muy grata experiencia. Hice amistad con gente del club y me dijeron que estaban muy interesados en contratar a técnicos españoles con una metodología nueva de trabajo y a la temporada siguiente me llegó la oferta para irme a Luanda.

-¿Le surgieron dudas en un principio o estaba plenamente convencido?

-Me lo tomé como una oportunidad de vida. Una experiencia vital y también la oportunidad de vivir en un continente nuevo y con un trabajo en el fútbol que es lo que me apasiona. No me lo tuve que pensar demasiado porque creí, y el tiempo me lo ha demostrado, que era un tren que tenía que tomar.

-¿Qué fue lo que más le impactó a su llegada?

-Me impactó la diferencia social que hay en Luanda. Es una de las ciudades más caras del mundo. Vives de 0 a 100 en cuestión de metros. Ese contraste social me llamó mucho la atención. Hay gente muy rica conviviendo con gente que no tiene lo más básico. Te deja impresionado sobre todo por la parte de los que no tienen. Ver como son felices con lo mínimo es lo que más te marca. Viven sin estrés y muy tranquilos y lo más importante de todo es que son felices.

-¿Es muy distinto el niño angoleño que el gallego?

-El niño africano no es un niño caprichoso, se conforma con lo poco que tiene. Además son muy agradecidos y muy cariñosos. Es gente que te respeta muchísimo. Que valoran mucho tu esfuerzo y el que estés allí para ayudarlos. En Angola un niño tiene que buscarse la vida día a día. Cada día es una historia para ellos. No son vidas acomodadas. Tienen que luchar para darse un baño, para beber, para comer. Cada día es un empezar de cero para ellos y su concepto de la vida es totalmente diferente. Saben que su felicidad no depende del dinero y eso le hace valorar muchas cosas que en otros sitios pasan totalmente desapercibidas a los ojos de la gran mayoría. Son muy cariñosos y los afectos y el respeto tienen mucho más valor.

-¿Y cómo es el futbolista tipo en Angola?

-Destacan sobre todo por su poderío físico, pero también son jugadores de mucho talento. Allí se juega muchísimo en la calle y está claro que el talento está en el barrio. Se parece mucho en ese sentido a Brasil, se juega en cada rincón de la calle. Luego es desordenado tácticamente.

-Si el talento está en el barrio y en Angola se juega continuamente en la calle, la conclusión sobre la calidad del jugador parece obvia.

-Y lo cierto es que hay mucho talento. Lo comparo un poco a la España de hace treinta o cuarenta años donde la gente jugaba en la calle y dos piedras hacían de portería y siempre encontrabas gente dispuesta a jugar un partido. Lo vemos muchas veces cuando vamos a captar jugadores a determinados barrios donde nunca tuvieron un entrenador y ves a niños que hacen cosas realmente admirables y con unos recursos adquiridos a través de jugar en la calle.

-¿Qué es lo que falta entonces para que Angola pueda sacar partido a tanta materia prima?

-Condiciones y proyectos estables en el tiempo. Para eso se necesita una mejora social en todos los aspectos. Ello llevaría consigo un desarrollo de muchas cosas como la propia alimentación o el descanso. En China, por ejemplo, es al revés. Hay dinero y no hay talento con el que poder trabajar.