Si detrás de "Boyhood" había doce años de trabajo, Luis Aller le saca varias cabezas con "Transeúntes", que ve la luz 22 años después de su inicio. Pero el tiempo es solo un pálido reflejo de la complejidad de un largometraje enciclopédico por lo visual, pero también por lo argumental. Su ambiciosa propuesta persigue retratar el caos de una gran ciudad (en este caso Barcelona), donde miles de vidas se cruzan con una meta común, la vida.

Más que una película coral, "Transeúntes" aspira a ser una película sinfónica, donde los humanos son peones que se mueven sobre un tablero tramposo donde se crean y se destruyen reglas en lo que dura un parpadeo. Aunque parpadear será tarea difícil para el espectador: la sucesión de planos en esta narración nada convencional es de vértigo. Aunque más vértigo da la vida.