Los escritores no lo tienen fácil. Tienen que descubrir, en función del calibre de su idea, y de lo que pida para su desarrollo, si deben optar por un relato o un cuento o por una novela. Los directores de cine también deben saber distinguir cuándo tienen material para un corto y cuándo para un largometraje.
Ese es el principal fallo de "Un día perfecto para volar", una película que brillaría en su carga poética y como exaltación de la relación de comunicación y aprendizaje entre un niño y un adulto si fuese fugaz como el viento que agita la cometa de su protagonista. Sin embargo, el tema se alarga y al espectador le parece que lo que Sergi López (al que hay que reconocer que sabe aguantar el tipo en monólogos que tumbarían a otros actores) le cuenta al niño es la historia interminable. Esa sensación contamina su potencia poética y acaba por desbaratarla.