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'Un espía entre amigos'

Philby entre la traición y el mito

Ben Macintyre elige el prisma de la amistad para contar con gran pulso narrativo la historia del doble agente inglés

Un espía entre amigos | Ben Macintyre | Crítica | 445 páginas

De existir un arquetipo del traidor correspondería a Kim Philby, el espía más extraordinario de todos los tiempos y el hombre que puso a prueba, no sólo a los amigos (friends) como señal identificativa y jergal del MI6, sino a la propia amistad como máximo exponente de la relación afectiva entre seres humanos.

Un espía entre amigos, el libro del periodista londinense Ben Macintyre sobre Philby, no pretende, como el propio autor explica, erigirse en la última palabra acerca de él -su figura proyecta tanta sombra que el personaje resulta inagotable-, pero sí es una historia maravillosamente contada que permite descubrir rasgos inéditos de la personalidad de su protagonista, un inglés digno por educación de esa línea sucesora que establecen Eton y Cambridge, y al que su padre apodó Kim, igual que el personaje de la inolvidable novela de Kipling. Digno, si no fuera, escribe MacIntyre, porque el suelo en el que creció y la vida que lo alimentó dejaron en un momento de ser lo mismo, y Philby se convirtió en el informador soviético Sonny, casi el mismo día en que empezó sus estudios de marxismo en el Trinity College. Mientras el suelo permanecía firme bajo sus pies, la vida, en cambio, se tradujo en mantener un equilibrio complicado en el terreno sumamente movedizo del conflicto entre bloques. El doble juego del espionaje.

Empezaremos por el final. En enero de 1963, dos británicos de mediana edad tomaron el té juntos en el barrio cristiano de Beirut. Este encuentro exquisitamente inglés supuso el fin de una amistad de treinta años corrompida y finalmente rota por las traiciones públicas y privadas de sus existencias dedicadas al espionaje. En términos algo exagerados, Macintyre escribe que aquella fue de una de las conversaciones más importantes de la historia de la guerra fría. No del todo probablemente, pero sí es verdad que, alentado por el MI5, dicho encuentro marcó el momento en que un espía considerado encantador por su círculo de conocidos, Nicholas Elliott, trató de arrancarle una confesión a otro, su viejo amigo Philby.

En los largos años de amistad, el famoso novelista y exmiembro de los servicios de inteligencia John Le Carré cuenta cómo estos dos hombres caminaban hombro con hombro intercambiando secretos por el mismo mundo oscuro. Por lo que concierne a Elliott, la confianza en su amigo estaba tan arraigada que Philby jamás le hubiera resultado lo suficientemente sospechoso para ver grietas a través de su formidable armadura psicológica. Le Carré recuerda que cuando iba a morir, Philby intentó reunirse antes con él, dando a entender que quería que le ayudase en un libro de memorias. El autor de El Topo declinó la invitación. Elliott le felicitó por ello, sin embargo el escritor todavía se pregunta si el más traicionado y herido del círculo íntimo del agente doble abrigaba la esperanza de recibir alguna noticia de la persona que durante media vida consideró un amigo.

Un par de meses después de la reunión de Beirut, exilio dorado en el que compartieron años felices los espías y sus familias, Kim Philby, sospechoso del ser el "tercer hombre" en el caso de Burgess y Maclean, desapareció del Líbano donde era corresponsal del "Observer", y en julio se supo que se había pasado al otro lado del telón de acero. Guy Burgess, miembro al igual que Maclean, Blunt y Philby del selecto círculo de espías de Cambridge, moriría a finales de agosto de ese año como consecuencia de una afección cardiaca. Entonces, Edward Heath, canciller del Real Sello, se vio obligado a reconocer ante los Comunes que, tras la huida de Burgess y Maclean, ya se sabía que Philby había mantenido contactos con los comunistas. Lo peor de todo es que a raíz de ello se supo, además, que esos contactos establecidos inicialmente por Arnold Deutsch, Otto, jefe de reclutamiento de la inteligencia soviética en Gran Bretaña, se remontaban a los años treinta. El hecho de que se supiese a ambos lados del Atlántico que Philby era un hombre reconocido por el aparato soviético y permaneciese como tal durante años infiltrado en las redes de la inteligencia británica es la almendra del misterio que aún sigue sin desvelarse totalmente. Tampoco es fácil de explicar la obsesión del doble agente de poner la ideología por encima de los suyos y de su propio país después de las grandes purgas estalinistas durante las que perdió a muchos de sus estrechos colaboradores del otro lado incluyendo a Deutsch, su adiestrador, el hombre que lo captó y al que llegó a respetar más que a su propio padre. Únicamente, como cuenta Macintyre, su fe pareció debilitarse con el pacto Molotov-Ribbentrop, por el que el comunismo y el nazismo se convertían en aliados. Hay que tener en cuenta que Philby se había hecho espía soviético para combatir el fascismo. De hecho, presa del doble juego, tuvo que soportar cierta náusea cuando Franco le impuso la Cruz Roja al Mérito Militar por su cobertura favorable al bando nacional como enviado especial de "The Times" en la guerra civil española.

Durante más de 50 años, la carrera de Harold Adrian Russell Philby ha sido el espejo oscuro donde se reflejan los episodios más tristes de la historia de la posguerra de Gran Bretaña. Cuando finalmente desertó en 1963 las secuelas de su traición despedían escalofríos por la perfección con que fue perpetrada. Al principio, Philby era el espía que traicionó a una generación. Con la mayor parte de esa generación desaparecida o jubilada, pasó a ser un mito, y su historia a deslizarse por los caminos del psicodrama.

Le Carré, que se inspiró en él para El topo, le pregunta a Nicholas Elliott, en el epílogo del libro de Macintyre, cuál era el final elegido para Philby tras la confesión de Beirut. "¿Matarlo, liquidarlo...?". "¿ A mi viejo amigo, uno de los nuestros?", responde Elliott. Más de una vez pensaría en las palabras de E. M. Forster: "Si tuviese que elegir entre traicionar a mi país o mis amigos, espero tener las agallas para traicionar a mi país". Philby traicionó a unos y otros.

Ben Macintyre, además de la historia del espía más famoso, ha escrito un fascinante relato sobre la amistad quebrantada.

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