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Escalera hacia el cielo

Edgar y la escaleraOctavio BotanaLa Galera

Escalera hacia el cielo

Dos hermanos de apellido altamente evocador para los amantes de la literatura que busca conexiones con la inquietud: Hawthorne. Edgar (diez años) y Tim (siete), para más señas. Están muy juntos físicamente, viven en la misma casa de Londres y comparten habitación (el mayor se queda la litera de arriba, privilegios de la edad), pero son muy distantes mentalmente. Vamos, que es imposible pillarles jugando juntos. Tim, además de sonámbulo, tiene una imaginación desbocada y lo que más le gusta es pasárselo en grande con los juegos. Edgar es todo lo contrario: alguien que se considera demasiado "adulto" para compartir las chiquilladas de su hermano. No se imaginan que la vida le pondrá en el camino un viaje por mundos imaginarios donde los animales hablan, los juguetes viven y los sueños se hacen realidad. Y todo por culpa de un examen de matemáticas que hará subir al "maduro" Edgar a un carrusel imprevisible de hechos insólitos gracias a una escalera que se convierte en una puerta abierta a lo desconocido.

La extroardinarias ilustraciones de Juan Hernaz arropan y enriquecen una historia en la que Octavio Botana sobrevuela paisajes que los admiradores de Alicia en el País de las Maravillas o Peter Pan conocen muy bien, escenarios en los que la realidad, de pronto, cede el paso a la fantasía pura y dura y los ingredientes de la vida cotidiana se mezclan con la imaginación hasta hacerse inseparables. Sabe Botana que un relato que enganche a los niños y no aburra a los adultos debe preparar muy bien la situación en la que se armará el jaleo narrativo. Por eso dedica bastante tiempo a presentar a los personajes y dibujar con precisión sus diferencias. De ahí la afinidad inmediata que se establece con Edgar antes de arrojarlo a lo imprevisible, atrapado por un despertar que parece un mal sueño. O al revés. La fría y calculadora mente de Edgar sometida a los vaivenes de lo extraño es la mejor excusa para mostrar su evolución y, también, su rebeldía ante quienes intenten convertirlo en algo distinto a lo que es. Desde luego, no es un niño corriente, y la prueba está en que, si le piden deseos, se decanta por "¡exámenes, quiero deberes, docenas, cientos, miles de ejercicios complicados, millones de quebrados, y los quiero ahora mismo, condesa!". De ahí que rechace lo que otros cogerían gustosos, incluso ser rey: "No me gusta lo invisible. En mi mundo todo es tangible y así es como me gusta". Pero Edgar, lejos de amedrentarse ante las amenazas de lo invisible y los obstáculos que encuentra en el Limbo, se crece con las adversidades y su talento para los números le permite afrontar desafíos que otros verían imposibles de resolver. Pero no es solo su habilidad mental lo que le da soluciones, también muestra un coraje creciente que le ayudará a la progresiva eliminación de lastres que le impedían disfrutar en todos los sentidos de su infancia. Botana, alejado de esterotipos y moralinas, y defensor a ultranza del respeto a las diferencias, convierte su narración en un viaje fantástico por los territorios del miedo infantil, tan lleno de dudas, sombras, vértigos y querencias. El juego de la vida, en definitiva.

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