Faro de Vigo

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Memorias - José Antonio Mera Espiño

"Estuve en los faros de Sálvora y Silleiro y creo que hay una idea romántica exagerada"

"En uno de los barcos en que trabajé, un capitán chorizo que denuncié me dijo que por mi sueldo podía contratar a tres pakistaníes con título inglés; me marché"

Grupo de Opositores al Cuerpo Técnico de Señales Marítimas. Madrid 1978. Entre ellos, Juan Martínez, isla de Sálvora y Trafalgar. Mera, en Silleiro, Sálvora y Balizamiento de Vigo. Jaume Frontera, Isla de Ons, Cabo de Gata. Julio Vilches, Faro de Sálvora hasta hoy.

La mar, dentro o fuera de ella, fue siempre el escenario de su vida laboral. Y aunque de niño pastoreara terneras ya se advertía en esa etapa por su afán constructor de barquichuelos que acababan hundidos en el lavadero del pueblo. Debió tomarlo como aviso porque nunca fue dueño de astillleros pero sí navegó en barcos de toda índole, desde el Montserrat de pasajeros al carguero panameño Stardust, pasando por el pesquero Vimianzo, y así hasta un buen puñado de ellos, tanto como marinero al principio como radiotelegrafista después, en compañías españolas, alemanas, holandesas o británicas. Un incidente con un capitán al que denunció por apropiarse de lo ajeno por la vía de los víveres que acabó con su desembarco en la entonces Alemania Oriental, jalonó una etapa para empezar otra como técnico de señales marítimas, pasando un tiempo como farero en Sálvora y Silleiro para luego tomar posesión en el servicio de Balizamento del Puerto y Ría de Vigo y, una vez privatizado tras dura lucha pública, desarrollar su última etapa en la Inspección de Telecomunicaciones de Pontevedra y en el Instituto Nacional de Meteorología. Amante de la lectura y no menos de la escritura, la practica en su blog y en YouTube un vídeo de Alejandro Berberena, "Los guardianes de la ría: los fareros", lo tiene como protagonista. De espíritu crítico, autodefinido como anarcoescéptico, así cuenta su vida.

Allí en la aldea. No me acuerdo, pero nací según mis padres un 11 de septiembre de 1951. Mi padre me registró unos días más tarde porque siendo un visionario, supongo que sabría lo de las Torres Gemelas, el golpe de Pinochet, la Diada y sabe dios qué cosas más. Éramos una familia pobre, de origen labrador. Mis abuelos paternos de A Bola (Orense) eran analfabetos, mi padre aprendió a leer gracias a las escuelas de noche de la República a los 16 años, lo movilizaron para ir a la guerra a los veintiuno, estaba casado y tenía un bebé. Volvió tres años más tarde sin un ojo, pero con el otro pudo ver morir de tuberculosis a su hijo y a su mujer. Pudo escuchar cómo su adorado maestro, el que le enseñó a leer, el anarquista "perdido", había sido asesinado en O Furriolo. Mi madre lo conoció a través de los dueños de la pensión donde se alojaba, amigos de mi abuelo y ocasionalmente socios en el estraperlo. Era la casa de los Díaz en A Porta do Sol de Lérez. Había llegado a Pontevedra como Portero de Ministerios, procedente de Oviedo, donde había sido destinado tras aprobar las oposiciones. Mis abuelos maternos habían llegado de Silleda (Fiestras y Rellas) y habían comprado junto a una hermana de mi abuelo las tierras de los Ozores en A Bouza (San Andrés de Xeve), con escudos, capilla, molinos y todo en 1924. 20.000 pesetas.

Primeros estudios. A poco de nacer yo, mis padres compraron parte de A Regueira, una casa con 5000 metros de tierra algo dispersa, que servía para huertos y viñas en la parroquia de Lérez. En el monte comunal yo hacía de niño pastor de unas terneras, que acababan en el matadero, pues les enseñaba a embestir convencido de que servirían para mi formación de torero. Mi padre me llevaba a los toros, nos colábamos en la plaza con su uniforme de portero. Cuando conocí al Capitán Trueno, pasé a la construcción naval e intentaba convencer a las niñas de la vecindad y la escuela de que fuesen la princesa Sigrid, debía ser un coñazo de niño. Las embarcaciones que construía siempre se hundían en el lavadero de "O pozo negro". Mi padre habló con Doña Carmen Gestal, que me aceptó en la escuela a los cuatro años porque sabía leer y era bueno. La escuela era unitaria, había niños de seis a doce años, el retrete era un agujero en una cabaña de madera de menos de un metro cuadrado. Se rezaba y cantaba el "Cara al sol".

Radio telegrafista. Luego vino el Instituto, en sexto el Sagrado, las Obras Completas de José Antonio, la OJE, y el antifranquismo en Valencia con una beca de la Sección Naval de Juventudes. Daban becas a toda prisa porque les faltaban telegrafistas, nos examinaban en la Escuela Oficial de Náutica de Barcelona. Yo me hice telegrafista sin prisas porque uno me dijo que no trabajaban en puerto. Un día decidí no pedir más beca, me trasladé a Coruña. Dí clases de Inglés, vendí cuadros hechos con piezas de relojes y navegué de marinero en el Chiquita 2º y en el Monte Amboto, por ver si me gustaba la mar. Me gustó y acabé lo de Radiotelegrafista en la Escuela de Coruña en 1971, con el Nº 1 de mi promoción, injustamente y para asombro mío.

Los barcos. A los seis días de recibir el certificado de examen embarqué en Vigo de 3er. Radio a bordo del Montserrat, buque de pasaje con ruta caribeña de la Trasatlántica. Lo pasé muy bien, pero mi sueldo no me daba para pagar la cantina. Así que decidí hacerme asceta y me enrolé en el Vimianzo, un pesquero donde nunca me sentí a gusto. Los telegrafistas éramos alquilados con los aparatos por una empresa participada por el estado, Hispano Radio-marítima. Del Vimianzo fui transferido a petición del Capitán y me embarcaron en el Eolo. Desembarqué para hacer los seis meses de servicio militar. Estuve tres años en Hispano Radio, incluyendo los seis meses de servicio en un destructor de la Armada, el Álava. Al salir de la mili me casé por primera vez y mi mujer y yo embarcamos en un carguero de Marítima del Norte, el Sierra Jara. Era octubre y la empresa nos dijo que iríamos a cargar madera a Gabón para Venecia, llevábamos ropa de verano. Poco después de zarpar de Bilbao, el Capitán y yo pusimos cara de tontos cuando le entregué un telegrama que decía que pusiésemos rumbo a Montreal en Canadá, para cargar 7.000 toneladas de maíz en Ohío en los Grandes Lagos, 3.000 toneladas en Cleveland y 4000 en Toledo. El ascenso por el río San Lorenzo se hace mediante exclusas que elevan el barco seis o siete metros cada una, lentamente se van llenando de agua y el buque entra en la siguiente, así hasta llegar al lago donde las Mil Islas ofrecían un modo de vida increíble para nosotros: una chica de diecisiete años y un chaval de veintiuno.

Vida en los barcos. Al no tener ropa para soportar nevadas de un metro y diez o quince grados bajo cero, los tripulantes se cubrían con lo que podían y un marinero como un castillo se colgaba de un pescante en proa, para encapillar los cabos en el muelle de la exclusa, graciosamente ataviado con unas polainas hechas de telas de limpiar la máquina, un chalequito moruno con muchos botones, y un gorro de niño, en lana, con orejitas de ratón, sacados también de los trapos de la máquina. Pena y risa al mismo tiempo. Un año después hicimos el famoso viaje de Libreville en Gabón con madera para Santander. El de Venecia se hizo con madera de la Costa de Marfil. Hubo dos viajes al Amazonas, Afuá do Pará, y alguno a Dakar en Senegal. Después de trece meses a bordo, desembarcamos y estuvimos de vacaciones por España. Cuando se nos terminó el dinero embarcamos en el Monte Amboto, donde había estado de marinero, cargando cemento para Argelia en Alicante.

Viajeros a la mar. Posteriormente y por motivos económicos ejercí en buques de bandera de Singapur, Panamá o Liberia, de compañías alemanas, británicas y una holandesa, donde además de las comunicaciones ejercía de secretaria del Capitán, manifiestos, nóminas, divisas, documentación de puerto... Los buques eran mucho mejores que los españoles, las tripulaciones de varias nacionalidades. Nombres de buques: Singapureño Cosmonaut, panameño Kristl Hermann, panameño Stardust, singapureño Santa Úrsula, liberiano Dorado... Me convertí en el más desordenado de los burócratas, pero hacía mi función y me permitía cierta desagradable chulería con capitanes y jefes de personal. Uno de estos, me dijo a raíz de una disputa con un capitán español chorizo, que era yo muy arrogante y por mi sueldo podía contratar a tres paquistaníes con título inglés. Estábamos en Rostock, en la entonces Alemania comunista. Le dije que los contratase y bajé al muelle con mi mochila. Fuimos deportados a la frontera un servidor, acompañado de dos oficiales y un tripulante solidarios. Era 1977.

Los faros. Me hablaron de las oposiciones, Franco había muerto y decidí quedarme a ver si este país podía volverse normal. Mientras las preparaba, vendí maquinaria de construcción, puse copas en el bingo Casa Franco en Madrid y vivimos en un camping mientras hacíamos los tres meses de prácticas en el Centro Técnico de Señales Marítimas de Alcobendas. Mis compañeros del camping decidieron pedir plaza en Pontevedra y nos vinimos seis. Tres a Sálvora, dos a Ons y yo a Vigo. Julio Vilches, que había estudiado Medicina en Valencia, estuvo en Sálvora treinta y cinco años. De aquel grupo fue el único fiel a la luz. La gente tiene una idea romántica exagerada de los faros. Casi todos amamos nuestro trabajo, muchos dedicamos muchas horas no pagadas a que todo estuviese bien. A cambio nos dieron talleres, tiempo de reflexión y formación, lugar de educación y disciplina para nosotros y nuestros hijos. Antes de pedir destino, debíamos hacer tres meses de prácticas en faros, yo las hice en Silleiro y cuando me ofrecieron sustituir a un compañero en Sálvora, acepté sin pensarlo y estuve tres meses hasta que se incorporaron mis amados compañeros y yo debí tomar posesión en el Balizamiento del Puerto y Ría de Vigo.

Marítimas peripecias. Como las salidas semanales en el Rías Bajas de atención a los faros y balizas no eran suficientes, contraté una chalana a un carpintero de ribera de Vilanova de Arousa, le puse una orza y un timón. En el Náutico de Vigo compré un mástil de madera de snipe, velas y aparejo acordes. No compré un motor pues entonces me consideraba un purista. Le puse un nombre, Antares, y compré un libro: "Cómo navegar a vela". Navegué un fin de semana en la Ría de Arosa y vi que todo funcionaba como en el libro. Era abril, con viento del norte inicié el viaje a Vigo, tenía pensado hacer noche en Sálvora. Cuando iba a entrar en una cala al este del faro, un golpe de viento arrancó el estay, quedando en una situación nada divertida. Anochecía, pude ver a mis amigos encendiendo el faro. Veinticuatro horas más tarde me recogió un pesquero de A Guarda, el Carmen Pilar, a veinticinco millas al oeste de Cíes, agotado y congelado. El temporal arreció y el pesquero de Ignacio Lomba estuvo dos días más a la capa, pues no podía recoger su aparejo. Me salvé, una vez más.

La privatización. Posteriormente, solo diez años más tarde, nos enteramos de una nueva teoría económica: Gestión privada de los recursos públicos. Y un anteproyecto de Ley de Puertos y de la Marina Mercante privatizaba la gestión de los puertos y las señales marítimas. La mayor parte de los 325 técnicos de señales marítimas que servíamos los faros españoles vimos venir la desgracia. Decidimos oponernos y desde el punto de vista mediático fue un éxito, que creo influyó en el respeto que se mantuvo hasta hace bien poco con el colectivo. Desde el punto de vista práctico sirvió y servirá para que unos cuantos tengan contratos blindados de por vida y muchos se forren a costa de lo público. En lo personal, aquella guerra hizo que surgiese un amor, que ya dura veinticinco años. Menos mal. Perdí, y cuando se aprobó la Ley de Puertos en 1992, me pareció un riesgo y una minusvalía profesional, así que opté por continuar como funcionario. Fui muy bien tratado en la Inspección de Telecomunicaciones de Pontevedra, donde estuve seis años, y en el Instituto Nacional de Meteorología, donde estuve doce; mi recuerdo y agradecimiento para la gente con la que trabajé y de la que aprendí durará mientras viva. Ahora soy un señor mayor que reconstruye algunas ruinas familiares.

Vigo en mi vida

  • Vigo fue para mi muchas cosas: Escuela, amistad, amor, aventura?Fue escuela porque los empleados de talleres, comercios y empresas suministradores me enseñaron qué podía hacer con mis manos y los medios del Ministerio. El ayudante del Servicio José García Carro, excelente mecánico, honrado y leal, y el conductor de los vehículos, Leopoldo Costas, fueron elementos indispensables para mi aprendizaje, y el mantenimiento de un servicio cuyos dirigentes siempre tuvieron abandonado. Ellos también fueron mis amigos, junto con poetas, artistas y pescadores. Recuerdo con respeto al director del puerto, Joaquín Pérez Bellod, un ingeniero de caminos de la vieja escuela, que cuando llegué con barba, melenas y zuecos confió en mí.

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