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SÁLVESE QUIEN PUEDA

Fama te cante y sean tus hazañas/conjuro del olvido

Algunos políticos debieron inspirarse en Las aventuras del bachiller Trapaza , "quintasencia de embusteros y maestro de embelecadores". // FDV

Me siento ante el ordenador tras prometerme no caer en el lugar común de escribir de Cataluña y debo hacer un esfuerzo sobrehumano. El repaso a la prensa acaba de traer a mi vista la curiosa historia del saxofonista indepe al que un pelotazo le sorprendió un ojo en las cargas del 1 de octubre y denuncia a la policía por el impacto recibido, según él mientras simplemente la observaba en una actitud pacífica. Roger Espa, que abjurando de su padre apocopó así su apellido tras haber mutilado el verdadero, Español, aparece en un spot quejoso cual mártir de la represión pero le ha salido otro en que se le ve arrojando vallas a los cuerpos represivos del Estado etnicida, fratricida y fascista español, válgame Dios, y resistiéndose activamente a los policías entre otros pacifistas que le rodean.

Maldita sea, no hay nada peor que las cámaras de los teléfonos móviles, que no dejan a uno ni mentir por la patria. Ya tenemos un "martatorrecillas 2" entre los incontables mutilados por la racial golpiza, aunque la tal Marta se quejara de policiales tocamientos y rotura de dedos y éste Espa, solo de andar temporalmente tuerto. Debemos tener cuidado con los charlatanes que nos prometen milagros por culpa de los cuales solo ve de un ojo el saxofonista, que cree en carajadas místicas de malandrines como el derecho a decidir o el de aparcar, si menester fuera. Como le leí al salmantino Ángel González Quesada en su prólogo a una exposición en esa ciudad, "no hay ningún paraíso perdido en las brumas del pasado, solo pedazos del corazón... nadie tiene derecho a provocar la ruina y mucho menos de legarla". Son esas fantasmagorías de que hablaba en un artículo Muñoz Molina, tan dañosas en la política, "con sus pasados a medida que permiten un narcisismo quejumbroso y en ocasiones criminal". Pero, ¿qué hago yo incumpliendo lo que me había prometido, hablando de Cataluña? ¿Seré un tarado nacionalista español?

Dejo la lectura de la actualidad que me acongoja y me paso al pasado que me brindan las primeras páginas del próximo libro de Fernando Bartolomé, escritor por ventura residente en el Val Miñor, catedrático de Lengua Española y Literatura, estudioso de la cultura y la historia del Siglo de Oro, que simultanea la crítica y la investigación histórica con la creación literaria, pero al que yo valoro sobre todo por ser amigo. Comí con él y con otro escritor amante de la historia y docto en armas antiguas, el bilbaíno-vigués José María Peláez y, tras degustar un celestial arroz de marisco en Lamari, nos regaló ese introito o primer capítulo de 18 páginas del que se titulará cuando se imprima "Rey servido, patria honrada", sobre la vida y muerte del Conde de Gondomar. ¡ Qué delicia esa lectura, que me trasvasó del siglo XXI al XVII y de la asonada catalana a la gloria de un gallego defensor de España que tenía por lema "osar morir da la vida, da la vida osar morir". Aquel embajador de alto fuste cuya última orden antes de expirar fue que le cantaran el Oficio de Tinieblas, y así lo entonaron entre dos luces con voz tumbal- dice en el libro- los monjes del cercano monasterio de Valvanera. A Peláez y a mí nos concedió Bartolomé la gracia de desflorar el libro, y a fe que yo al menos gocé de tal primicia novelada sobre ese Conde de Gondomar al que Góngora dedicó su verso: " Tras la inmortalidad corres alado,/ Fama te cante y sean tus hazañas/ savia del tiempo, conjuro del olvido".

El territorio es la literatura, y lo va siendo más a medida que envejecemos y almacenamos los recuerdos en estanterías, en forma de libros. Yo me acabo de comprar en la salmantina librería Letras Corsarias, el libro de Bob Black La abolición del trabajo, que no pienso leer entero urgido por otras lecturas que tampoco acabaré, y allí mismo un poco antes adquirí ese ultimísimo del filósofo Francoise Julian " La identidad cultural no existe", que entendí en la esencia pero también dejé de leer porque me exige más nivel intelectual del poco que poseo. Y es que yo, en el fondo, no leo, colecciono títulos como un imbécil. Compré también, paseando por esa Feria del Libro Viejo salmantina que ya quisiera yo para Galicia, un librillo de primoroso envase, " Aventuras del bachiller Trapaza".Y ahora, cuando acabe esta columna, me meteré con los versos del próximo libro de la viguesa Stella Maris Fernández Balbuena, al que debo hacer prólogo con lo poco versado que soy en poesía. Ahí delante los tengo, no sé si como un poemario de otoños deshojados, plagados de amor y desamor, a veces embargados por la tristeza.

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