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SÁLVESE QUIEN PUEDA

De ilustres usuarios de casas de placer

Típico barrio de oficios meretricios. // FDV

Cuando yo era niño y Franco tenía una finca que llegaba desde los Pirineos hasta Cádiz llamada España, se podía decir que del norte al sur podría trazarse una calle de la Mancebía, como la que cantaba Quevedo en Madrid, ocupada por las hermanitas del pecar. En lo que se refiere a Galicia, en Vigo, Coruña, Ourense, Lugo... florecían los barrios del placer, por no decir de putas. Habia una España prostibularia no legalizada pero hipócritamente tolerada por la moral oficial. Una moral que no podía reconocer el negocio carnal no por consideración hacia sus víctimas explotadas, eso ni se imaginaba, sino porque era la de un Estado confesional y militante en la idea de un Dios represor de los placeres de la carne al que solo por causalidad no quiso sustituir Franco, contentándose con que le llamaran Caudillo. Las señoras de la buena sociedad se santiguaban al pasar ante uno de estos barrios pero nunca se atreverían a entrar no solo por evitar el contagio del pecado sino, más bien, por si hallaban en el interior desbravándose a algún varón de su familia. Y es que los hombres no veían en el oficio, salvo excepciones, nada más que unos vertederos de sus deseos, un probador de su virilidad sin sospechar siquiera que para ellas, las esquineras, nocturnas, galantes, desenfadadas... era solo un abismo de miserias.

Yo jamás hubiera querido ser puta pero tampoco cliente. Desde los años 30 del pasado siglo el barrio de la Herrería vigués, por ejemplo, fue desperezándose para convertirse en un gran burdel donde no solo satisfacer las ansias de los nativos y ser su sala de ensayo, el banco de pruebas para la iniciación de los jóvenes cachorros que no tenían en casa una pobre chica de servir, sino también el descargadero de las tensiones sexuales de todas las flotas aliadas. El bar Carmiña, el Dólar, Internacional, Julio, Coral, La Lechería, Pepe "el negro", Azul, Conchita, Elisa, La Toja, Paco, Español, Abanico... eran los ejes de aquel esplendor meretricio, solo por citar a los bares con orquestina. Nadie entonces se planteaba la prostitución como una suerte de esclavitud, como un ejército vencido de mujeres necesitadas de toda condición, sino como brigadistas del amor sobre las que podían ejercerse explotación, humillaciones y maltratos. Desde el principio de los tiempos, desde los padres de la civilización griega o romana (que no solo nos dieron el pensamiento, la filosofía o la poesía sino el meretricium) existió la vida lupanaria, errática, meretricia y, trasladado esto a la experiencia personal, hasta hace unas décadas esas mujeres no eran contempladas más que como objetos de placer, personas sin estatutos de derechos.

Si te das un paseo por la historia de las prostitución verás que allí están ellas hasta acompañando a los ejércitos en sus expediciones y solo en los últimos tiempos nace una sensibilidad que las reconoce, pero no mucho antes que la de los animalistas, como seres humanos dignos de derecho. Estoy leyendo un libro del profesor de Literatura milanés Giusseppe Scarafia que me sorprende al comprobar cómo nuestros más grandes maestros de la literatura, la poesía, la arquitectura... aun de siglos vecinos, no solo eran también grandes puteros sino que muchos la defendían o exaltaban en sus textos. En el presente la gente más sensible tiende a considerar la experiencia del sexo pagado como un vestigio de una humanidad primitiva, reprimida y perversa pero la opinión no era la misma hasta hace poco, y no acudían a las casas de tolerancia solo aristas disolutos y deformes como Tolouse Lautrec sino incluso muchos otros que eran deseados o amados por mujeres fascinantes.

Confeccioné una lista de puteros célebres, unos con mayor y otros con menos asistencia a casas de lenocinio, y puedo citar a Buñuel, Picasso, Zola, Proust, Tostoi, Joyce... entre los muchos que se iniciaron en los brazos de estas mujeres. Víctor Hugo era bien conocido por sus correrías sexuales y entre los clientes habituales podríamos citar a Alfredo de Musset, Shopenhauer, Kafka, Óscar Wilde, Stendhal, Giacometti, Louis Aragon, Nietsche, Paul Cezanne, Verlaine, Dumas... Hubo poetas que convertían en poesía el patetismo de estos coitos mercenarios, y quienes agarraron venéreas como Lord Byron, Paganini, Wilde, Donizetti, Flaubert, Van Gogh, Renoir, Giacometti... por hablar solo de artistas. Discúlpenme ustedes que no hable por ahora de los nuestros, los padres de los puteros de nuestro nacionalismo o españolismo, por respeto a sus cercanas familias herederas. ¿Qué consideración habrán tenido estas mujeres que hasta los poetas más sensibles mostraban con ellas una falta de sensibilidad inmensa, aunque, también sea cierto, las elevaban a veces a la calidad de diosas y hasta se casaban con ellas?

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