Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

ENTREVISTA

Martí Font: "El sistema electoral propicia que los políticos alemanes tengan credibilidad"

"La caída del Muro de Berlín supuso la vuelta a los espacios geográficos reales, enmascarados por el enfrentamiento entre los bloques"

El periodista José María Martí Font // Montero Peláez

Con la caída del muro de Berlín, hace ya un cuarto de siglo, "la historia se aceleró, dio un salto nervioso cuyo impulso todavía nos empuja". Así comienza "Después del muro" (Galaxia Gutenberg), el libro en el que José María Martí Font (Mataró, 1950), corresponsal de prensa en Alemania cuando se derrumbó aquella divisoria entre dos mundos, refleja la situación del país reunificado y de Europa con la perspectiva de los veinticinco años transcurridos, que se cumplen hoy, 9 de noviembre.

-¿Cómo vivió usted aquel día?

-Aquel día no lo olvidaré jamás, como periodista que te caiga algo así es como que te toque la lotería. Por primera vez nos habían concedido visado para asistir a la reunión del comité central del SED (partido que gobernaba la República Democrática Alemana). Éramos un buen montón de periodistas extranjeros en Berlín Este. No parecía que fuera a ocurrir otra cosa que lo que estaba sucediendo. Günter Schabowski, un viejo periodista un poco marrullero que había entrado en el Politburó como portavoz, en una rueda de prensa, después de contar un montón de banalidades, contestó a la pregunta de un periodista italiano sobre la "reglamentación de los viajes", que era la palabra clave porque lo que quería la gente era salir. Entonces, Schabowski sacó del bolsillo ese famoso papel un poco arrugado y dijo que se podría salir del país sin trabas y sin visados. Todos nos quedamos de piedra, pensando "acaba de caer el Muro". Fue el resultado de un malentendido. El papel lo habían redactado unos oficiales del servicio de Aduanas creyendo que no pasaría los filtros. La televisión jugó un papel crucial, la rueda de prensa se estaba transmitiendo en directo. Nosotros escribimos en los periódicos "Cae el muro de Berlín", pero como una elipsis porque no había pasado nadie y el Muro seguía allí. Nos fuimos a cenar y al salir vimos que había un montón de gente arremolinada en torno al Checkpoint Charlie, en la Fiedrichtrasse, algo que en otro momento hubiera sido imposible, los habrían fusilado, nadie se acercaba a un puesto fronterizo en el Muro. Los que se concentraron allí habían visto a Schabowski en la televisión. Había un vacío de poder total y fueron los mandos intermedios los que, a falta de órdenes y para evitar una matanza, abrieron con rapidez las barreras. Fue una noche extraordinaria en la que las dos partes de la ciudad se reencontraron, un delirio de lágrimas y alegría, algo inolvidable. A nivel popular asistí a un acontecimiento político no dirigido y no controlado, de abajo arriba, que luego se encauzó, pero que no estaba previsto en ninguna de las agendas.

-Es usted, en un sentido literal, un testigo de la historia, esa historia que algunos dieron por terminada en aquel momento.

-La historia no se acaba nunca. En los meses posteriores surgió la famosa teoría de Fukuyama sobre el "fin de la historia", que venía a decir que allí se cerraba el gran conflicto y que a partir de ese momento la historia tenía sólo una lectura. En realidad sucedió todo lo contrario: fue el comienzo de la historia. La caída del Muro y el final de la guerra fría supuso la vuelta de la geografía, de los espacios reales del mundo que estaban enmascarados por el enfrentamiento entre los bloques. Todavía estamos viviendo esta reconstrucción de espacios.

-Su libro analiza algunos de los factores que explicarían lo que está ocurriendo ahora en la Unión Europea. Uno de ellos es, afirma, que Alemania siempre careció de un pensamiento estratégico propio...

-Alemania es muy paradójica. Mi libro no acaba en esa conclusión tan habitual de que la culpa de todo es de los alemanes. Es un país muy complejo que no ha tenido la misma historia que el resto de las grandes potencias europeas. No se constituye como Estado hasta el último tercio del siglo XIX y lo hace a través de Prusia, que es lo menos alemán de Alemania, porque es lo más oriental. Adenauer decía que los prusianos son eslavos que se han olvidado de sus abuelos, pertenecen al mundo de las tribus bálticas, más relacionado con Polonia o Lituania, muy distintos del de la Alemania renana y católica. Ese segmento prusiano, que acaba con el gran hundimiento del 45, no sirve como referencia. Luego viene la guerra fría, en la que la cabeza está Bonn, sin poderes geopolíticos, un enano político. Todo ello hace que Alemania carezca de ese pensamiento propio. Incluso España tiene un relato del mundo a través de la presencia en la historia, y no digamos ya Francia y Gran Bretaña, que fueron las grandes potencias del XIX. Éste es un problema que tienen los alemanes y que explica su incapacidad para el liderazgo. Como me dijeron en alguna ocasión, en Bruselas temen más que los alemanes no hagan nada a que hagan algo. A los alemanes les gustaría seguir siendo una especie de Suiza.

-¿Somos víctimas de ciertas obsesiones alemanas como la de la estabilidad monetaria?

-Sí, pero no creo que ése sea un problema creado por los alemanes. Ellos tienen arraigada con mucha fuerza en su memoria histórica la hiperinflación que abrió paso a Hitler. Todavía hoy en muchas tabernas se pueden ver billetes de dos billones de marcos y eso les hace llevar una política monetaria muy rígida, que ha resultado ser la más efectiva cuando ha estallado la crisis del euro. Ése fue un artilugio que se fabricó a raíz de la unificación alemana, que es lo que proporcionó el gran impulso a la Unión Europea. La UE existe porque Bruselas tienen que acomodar la unificación alemana y luego la apertura al Este. Hay analistas que consideran que el error lo cometió Francia porque Alemania estaba dispuesta a establecer el pilar político de la Unión, pero los franceses no querían oír hablar de cesión de soberanía. La unificación y el final de la guerra fría devuelven a Alemania su posición estratégica en el centro de Europa, recupera su condición de potencia demográfica, económica y cultural. Es inevitable.

-En este largo tira y afloja que llevamos en torno a la UE, en más de una ocasión los alemanes estuvieron dispuestos a echarlo todo a rodar y dar carpetazo a ese proyecto europeo.

-Es un poco aterrador, pero así fue. No hay que olvidar que toda política es doméstica, los políticos miran sobre todo hacia sus electores. Los alemanes, como todos, se ocupan primero de sí mismos y luego pueden pensar en el resto de Europa. Esa tentación existió aunque por fortuna no llegó a consumarse. Alemania sigue sin asumir el liderazgo que le corresponde.

-Alemania tiene una relacióncomplicada con su memoria histórica, mucho más de la que tenemos los españoles, que ya es decir.

-Muy complicada. Dedico un capítulo del libro a este gran debate, que sigue presente, aunque menos en las jóvenes generaciones, que tienen asumido ese pasado aunque se pregunten cómo un país tan fantástico como el suyo pudo convertirse en algo tan salvaje. Pero en las viejas generaciones está muy presente e incluso hay un elemento que renace de vez en cuando, lo que se llama la "alemanidad", lo alemán, esa visión que puede ejemplificarse en afirmaciones como la de Heidegger de que sólo se puede hacer filosofía en alemán. Es algo que trasciende a la Alemania que nosotros conocemos, un invento muy reciente, y que abarca al "hinterland" que engloba desde el mar Negro al Báltico y el del Norte. El alemán era la lengua franca, como el latín en el mundo meridional europeo. De hecho, todas las grandes ciudades del Rhin al Danubio tienen nombre alemán, que era la lengua de cultura y de los funcionarios. Eso se rompió con la desaparición del Imperio Austrohúngaro, pero había otra Alemania.

-En Alemania la socialdemocracia llega a su gran encrucijada, donde cumple lo que usted llama su "terrible destino: clamar desde la oposición y recortar desde el poder".

-Ése es un episodio clave para entender la Alemania actual. Guste o no, a Schröder, en binomio con Joschka Fischer, hay que reconocerle el valor de afrontar la impopularidad al adoptar medidas de reforma. Fue un cambio racional del sistema que supuso un corte directo con el pasado. Ahora la situación es interesante porque el SPD vuelve a estar en Gobierno y está influyendo bastante, su peso en las decisiones de Merkel es considerable. Alemania cuenta con la ventaja de un sistema de representación electoral muy bien diseñado. Ese sistema del voto a la lista y el voto al candidato, que permite incluso votar a dos partidos distintos, hace que el Bundestag sea realmente representativo de la sociedad. Después de las últimas elecciones, Merkel, pese a haber conseguido un récord de respaldo en las votaciones, no ha logrado formar Gobierno en solitario y ha tenido que ir a una gran coalición con el SPD. Eso hace que el sistema político no esté desprestigiado, la clase política tiene credibilidad.

Compartir el artículo

stats