"Fui muy perseguido, torturado, porque nunca me sometí en el periodo de la dictadura (la brasileña, entre los años 1964-1985). No quise someter mi trabajo a la censura de la policía federal. Prefiero y preferí la prisión. Estuve en prisión tres veces y volvería si fuese necesario". El artista brasileño Paulo Bruscky (Recife, 1949) ofrece estos recuerdos por el hilo del teléfono desde la Fundación Seoane, en A Coruña. También recuerda la condecoración durante los tempos de Lula por esa resistencia. Es la primera vez que visita Galicia y su periplo lo llevará a la Fundación Laxeiro en Vigo mañana, para mantener una conversación especial con el comisario Jorge Blasco y el público, a las 19.00 horas.

Que Bruscky esté a día de hoy vivo es un milagro, una paradoja de un destino en el que todas las cartas se jugaron para que no siguiese respirando. Todos los naipes, excepto uno: su vida la salvó el cambio de régimen; su muerte la quería sentenciar una lista de personas que debían ser represaliadas.

Su arte contestario y rupturista desde las más firmes bases de lo contemporáneo le ha llevado a exponer en casi todo el mundo. Semanas atrás, se clausuraba su exposición en el Centre Georges Pompidou en París. Bajo el título L'oeil écoute, El ojo escucha, una especie de retrospectiva de su obra donde destacan sus piezas de mail art donde él fue uno de los pioneros.

Esas postales con intervención artística suponen objetos, casi, de otro mundo, de otra época, en la que la correspondencia tenía un valor, además de simbólico, real de comunicación además de utilitario. No obstante, Bruscky empleó esas intervenciones para lanzar sumensaje político y social.

En España, aún se recuerda su aportación a la exposición colectiva en Madrid en 1992 donde varios creadores de diferentes países fueron invitados para realizar un 'diálogo' entre sus obras y las de Juan Gris. Ahora, en la Seoane, presenta la obra Xeroperformance. En ella, con el apoyo de la Universidad Menéndez Pelayo, trata los procesos creativos prestando especial importancia al registro del movimiento. El punto de partida, según explica el propio Bruscky a FARO, fue "un documental sobre el trabajo en mi taller en Recife, donde fotografiaron y grabaron mis movimientos" dentro de esa gestación artística.

No obstante, si en algo destaca este creador de Pernambuco es en el uso del humor y la ironía, algo en lo que coincide con el artista catalán Antoni Muntadas al que admira, según confiesa y del que destaca el empleo de la ironía para denunciar "la utilización política de los medios de comunicación".

Para Bruscky, la humanidad está contra el arte; y si se le pregunta si el arte debe ser radical tal y como lo concibe la gallega Ángela de la Cruz, Premio Nacional de Artes Plásticas, él responde que sí, "en el proceso".

Su lucha discursiva prosigue. Advierte de que la "humanidad, toda, está relegada a un segundo plano" en un mundo donde "los fabricantes de guerras que venden armas emplean las contiendas como sistema financiero". Su combate como artista es contra la deshumanización: "Trabajando con la tecnología, humanizando a la máquina".

Preguntado si la democratización del arte es una utopía, responde sí explicando el peso y protagonismo de la "censura". Sabe de lo que habla porque él la sufrió. Señala que, en Brasil, en América Latina, existe; en el resto del mundo también. Él se cuestiona quién está detrás de ella. "No son actos aislados", advierte. "Es una cosa peligrosa. Ser artista incluye una actitud política, de resistente".