De Wasilewski sufrimos en el festival de Gijón la mediocre Rascacielos flotantes. Ese mismo año arrasó Ida, la gran película de su compatriota Pawel Pawlikowski. ¿Es casualidad que en Estados Unidos del Amor haya ecos estéticos de ella? El ejercicio, sea por imitación o por genuina inspiración, es interesante con momentos de una belleza gélida y brutal. Entre la primera secuencia coral y la náusea real y metafórica que cierra ceñudamente la historia se desarrolla una crónica nada complaciente de cuatro seres que, mientras su país aprende a disfrutar de la libertad, luchan para liberarse de sus cadenas íntimas. Algo estirada (en tiempo y miramientos), muy bien interpretada y con una irresistible fotografía de distintas paletas, la propuesta es digna de verse.
