La dolorosa derrota sufrida a manos de sus vecinos tailandeses (1-5) durante un amistoso en 2013 hirió el orgullo de un país cuyo presidente, Xi Jinping, es un amante declarado del fútbol y se ha propuesto que la liga china compita con la española y la Premier en 2025. Un ambicioso reto que se persigue con los millonarios fichajes de jugadores como Pato y Lavezzi para banquillos dirigidos por Pellegrini o Vilas Boas. Pero también con la formación de los futuros talentos en los colegios, donde el balompié se ha convertido en asignatura obligada, y la apertura de academias. La pretensión del gobierno ha llevado hasta el gigante asiático a una oleada de entrenadores extranjeros como Miguel Casal (Redondela, 1985). Él es el primero que aterriza en la ciudad de Wuhu, en el centro del país, para descubrir a los alumnos de la Lugang Middle School los atractivos y beneficios de un deporte que ellos apenas conocen a pesar de despertar pasiones en buena parte del planeta.

"Aquí los niños en el recreo juegan al badminton, al ping-pong o al baloncesto. Es raro ver a alguno con un balón de fútbol. Algo impensable en España, donde te entra por los ojos aunque no te guste", compara Miguel, licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y exjugador en varios equipos gallegos como el Ourense o el Negreira durante 10 temporadas en Tercera.

"He entrenado a niños desde los 17 años y lo que me atrae de esta aventura es la posibilidad de combinar la vertiente del fútbol con la de docente. Además de dar las clases de Educación Física orientadas a este deporte también me ocupo del equipo sub13 y ayudo al sub16. Y también tengo que formar a otros entrenadores de aquí", explica sobre sus responsabilidades.

"Los entrenadores españoles, argentinos y brasileños estamos muy bien valorados. Los chinos quieren aprender lo máximo posible de nuestras metodologías para después seguir desarrollando su modelo, pero es algo que requiere mucho tiempo", reconoce Miguel, que no teme sentirse culpable si algún día la selección china es capaz de mirar de tú a tú a la española. "No sé si llegaré a ver eso en mi vida. Es complicado porque nunca han jugado un mundial", dice entre risas.

Miguel enfoca sus clases diarias de manera lúdica: "Tradicionalmente, China ha sido fuerte en deportes individuales. Tienen interiorizada esta filosofía y cuando mis alumnos tienen que hacer algo ellos solos el nivel es aceptable, pero les cuesta más jugar en grupo".

Tiene un centenar de estudiantes de Secundaria en cada clase y cuenta con la ayuda de otros dos profesores que lo asisten y de una traductora, ya que solo hablan chino. "Ella también me ayuda con los entrenamientos del equipo por las tardes. No tenía ni idea de fútbol pero cada vez le gusta más", asegura.

"La mejor cualidad que desarrollas en China es la capacidad de adaptación. Todo es muy cambiante. Preparas tus clases y, antes de empezar, te las suspenden porque llueve un poco o hay exámenes. Y en los entrenamientos del equipo siempre aparece alguien que quiere conocerte o te trae a algún jugador para que se sume a la sesión. Es una experiencia que te abre la mente a nivel profesional y personal", apunta.

A Miguel, que llegó al país a principios de abril, le llaman la atención los contrastes de una sociedad altamente tecnológica en la que perviven tradiciones seculares: "Es antigua y moderna a la vez. Resuelven todo desde el móvil, se envían mensajes, ven vídeos, pagan sus compras... y luego ves cosas que te recuerdan el pasado como la gente haciendo su vida en la calle".

"Desde que coges el avión te das cuenta de que el diferente eres tú. Aunque tiene más de 3 millones de habitantes, Wuhu es una ciudad pequeña para la escala china y hay muy pocos extranjeros. La gente te mira por la calle y los niños, que son más espontáneos te dicen 'hello'. Mi primer día de colegio se armó un revuelo en el patio", comenta divertido.

Él se ha integrado en un pequeño grupo de extranjeros que trabajan allí como ingenieros o profesores de inglés, pero asegura que los locales son "muy amigables" y dispuestos a ayudar.

Además de intentar inocularles la pasión por el fútbol, Miguel también tendrá que hacer de embajador celtista: "En ello estoy. Cuando les digo que soy de España, lo primero que responden es Barça y después Madrid y Messi".

Y no duda en animar a otros a seguir sus pasos: "Siempre asusta un poco venir a un país tan lejano pero yo recomiendo la experiencia a las personas a las que les gusta moverse de su zona de confort":