VÍDEO | Farodevigo.es se sube a la aeronave de Vigo Globo. // GoPro, Alfonso Lubián

Un gigante aerostático despunta en el horizonte poco después del amanecer. Su silueta se recorta en el cielo, sobre los árboles, cada vez a mayor altura, mientras las sombras se encogen hasta disiparse. El paisaje gana en belleza según se asciende en el cielo y, pese a la sensación de vulnerabilidad, el viaje es de lo más plácido.

Farodevigo.es se sube a la aeronave de Vigo Globo para surcar el cielo sobre Mondariz. En nuestro viaje, dirigido por el experimentado piloto y fotógrafo Alfonso Lubián, sobrevolamos Mondariz y Mondariz-Balneario. Desde la bóveda celeste se atisban los campos labrados, las copas de los árboles, las carreteras, los cascos urbanos, el balneario y la silueta del Tea, que cruza serpenteante ambos núcleos de población.

Al ver el globo flotando en el aire, uno se olvida de los más de 300 kilos que pesa entre vela, quemador y barquilla. "La navegación se articula por capas", explica Alfonso Lubián. Estas permiten ascender o descender y determinar una dirección, pero hay una incógnita que marca cada vuelo: ¿Dónde aterrizaremos hoy? "Puedes destinar el lugar donde quieres bajar, establecer una dirección, pero no puedes preeverlo. Es el misterio del globo", relata el piloto. Cuando se dispone a volar, su voluntad queda a merced del viento.

VÍDEO | Un vuelo que acabó en el lugar más insospechado. // GoPro, Alfonso Lubián

La incertidumbre del punto de aterrizaje da más emoción al vuelo. Al nerviosismo del despegue se contrapone la placidez del viaje. "Al principio estaba un poco nerviosa, pero después muy bien", se sincera la pequeña Emma, la pasajera más joven. "Está muy chulo. Las vistas son preciosas", añade a continuación, contenta con la experiencia.

"É sorprendente como se pode voar con esta estabilidade", destaca Javier Vázquez, otro viajero. "É como ir en avión pero máis despacio e máis sentido", describe.

Las sorpresas no solo se limitan a los seis pasajeros que caben en la barquilla más el piloto. Uno puede estar tranquilamente en su casa y salir a la ventana a saludar a un globo que, de repente, aterriza en su jardín. Es el caso de Pablo Cuevas, que estaba con sus hijos cuando oyeron el ruido del quemador y se asomaron a ver qué ocurría. "Saín, xa vin que querían baixar e axudeilles", relata. Él, su mujer y sus hijos convirtieron el jardín de su vivienda en una improvisada pista de aterrizaje. "Foi unha sorpresa moi chula", sentencia.