Lucía es perseverante y muy perfeccionista y según su madre, nunca se da por vencida. "Hasta que no consigue hacer algo o no se sabe algo bien no para. Hay días que se queda estudiando hasta las doce de la noche", afirma Conchi Martínez. Las matemáticas son, tal vez, la materia que más le cuesta estudiar a esta alumna de 2º de ESO del colegio Alborada de Vigo. Además, ha practicado patinaje y va a clases de teatro los viernes. Lucía Álvarez, de 13 años, es uno de los 363 alumnos ciegos o con discapacidad visual grave de Galicia.

Los libros de textos traducidos al braille por la ONCE, el sistema JAWS (acrónimo de Job Access With Speech), un "software" lector de pantalla, e internet son su principal material de trabajo. "Internet nos ayuda mucho porque puede buscar lo que necesita usando la voz", explica la madre de esta niña, que nació ciega a causa de una amaurosis congénita de Leber (LCA), una enfermedad de la retina de origen genético.

La falta de visión, sin embargo, ha hecho de Lucía una niña no solo más exigente, sino también más fuerte para sortear no ya tanto las barreras que le impone su ceguera, sino las de la propia sociedad. Porque Lucía está muy integrada en clase y mantiene una excelente relación con sus compañeros, pero en los ratos de ocio, por ejemplo, está sola. "Esto lo lleva fatal. Siempre se ha encontrado muy sola", se lamenta su madre.

Precisamente lograr la integración en el recreo es uno de los caballos de batalla de la ONCE. "Los tiempos de ocio nos preocupan. Entendemos que tiene que haber más recreos inclusivos, con actividades en las que puedan participar también los niños ciegos o con una falta de visión grave", argumenta José Ángel Abraldes, director del Centro de Recursos Educativos de la ONCE en Pontevedra. Otra de las preocupaciones de esta organización es que la incorporación de las nuevas tecnologías a las aulas no marginen a estos niños. "Como a cualquier chaval, les gustan las tabletas y sería una discriminación que todos menos el niño ciego trabajasen en clase con tabletas", afirma Abraldes.

Lucía va al colegio con una maleta porque sus libros ocupan mucho más que los de texto de sus compañeros. "Solo el de Matemáticas tiene quince tomos", expone su madre como ejemplo. Y tiene un profesor de apoyo de la ONCE, especialmente para reforzar las Matemáticas. "A los niños ciegos les cuesta asimilar conceptos tan abstractos como las Matemáticas", explica Antonio Vilar, el profesor de la ONCE de Lucía.

Vilar comenzó su carrera profesional en el antiguo colegio de ciegos de la ONCE en Pontevedra, que actualmente alberga uno de los cinco Centros de Recursos Educativos de la organización, y a partir de la integración de los invidentes en la educación reglada pasó a desempeñar la función de profesor de apoyo de alumnos de distintos centros de la provincia. En este tiempo, la incorporación de alumnos ciegos a la escuela se ha normalizado. "El profesorado está mucho más concienciado y preparado para trabajar en una clase con un alumno ciego. Antes una situación así daba más miedo. También saben que ahora cuentan con un equipo de apoyo", explica.

Una de las tareas de este docente es informar al profesorado y al alumnado del centro que va a incorporar al niño ciego sobre una serie de necesidades que crea esta nueva situación. "Son charlas lúdicas en las que hacemos pasar a los niños por la situación de un ciego, atravesando un espacio con los ojos vendados, por ejemplo, y damos unas pautas de actuación lógicas: no dejar las mochilas en el pasillos, sillas en medio y puertas entreabiertas para no entorpecer su paso. Es decir, que sean conscientes de que van a tener un compañero ciego", explica.

Andrea Nantes Ferreira es de Redondela, tiene 26 años y estudia 5º de Interpretación y Traducción en la Universidad de Vigo -inglés y alemán-. Una trombosis cuando tenía dos años le dañó el nervio óptico y le dejó un resto visual de un diez por ciento. Sin embargo esto no ha impedido que esta joven cursar estudios superiores -le quedan 36 créditos- e independizarse. "Hasta hace dos años estuve conviviendo con mi novio, pero al perder el empleo tuve que volver a casa de mis padres", explica esta estudiante, quien confiesa que no guardará un buen recuerdo de su paso por la Universidad.

"Los profesores no siempre actúan de acuerdo con mi minusvalía y el sistema de estudios tampoco está preparado para las personas con problemas de visión", critica. La tecnología es, asegura, una de las mayores barreras que ha encontrado en la universidad. "A veces los apuntes no sirven y tengo que buscar información en internet, pero muchas veces ésta tampoco es accesible. Tiene que haber programas tecnológicos más avanzados para que podamos trabajar en internet, que cada vez es más importante para la formación", explica.

Perteneciente al plan de estudios anterior al de Bolonia, esta estudiante se ha encontrado con que su licenciatura ya no tiene docencia, por lo que ahora tiene que prepararse los créditos que tiene pendientes por su cuenta y presentarse a los exámenes. Como a cualquier universitario, a Andrea le preocupa encontrar trabajo cuando finalice su formación. "Me gustaría que hubiese más puestos de trabajo para la gente joven para que no tenga que marcharse a trabajar fuera. Creo también que se le da una importancia excesiva a los títulos, más que a lo que realmente sabe y puede aportar una persona", argumenta.