"¿Qué fago da miña vida?" Esta es la pregunta que se hizo Marta Lamazares en su Chantada natal cuando, culminados sus estudios de Magisterio Infantil, en paro, sin posibilidad de afrontar los costes económicos de probar suerte por sí sola en el extranjero y "sintiéndome poco útil y sin lugar en el engranaje social en el que vivo", decidió optar al Servicio de Voluntariado Europeo. El SVE es una experiencia de aprendizaje en el ámbito de la educación no formal, en la que personas jóvenes pueden tener la posibilidad de mejorar o adquirir competencia para su desarrollo personal, educativo y profesional en un país de Europa, distinto al de su residencia, y durante un período determinado.

Marta es una de los alrededor de cien jóvenes gallegos que este año forman parte de este Servicio de Voluntariado Europeo. Desde el pasado mes de julio trabaja en la Biblioteca y Casa de la Comunidad de un pueblo húngaro llamado Szajol, nombre que, la primera vez que escuchó, tuvo que ir al mapa para saber dónde se encontraba. Ahora, en cambio, a sus 29 años, y cuando solo le faltan cuatro meses para finalizar esta experiencia, confiesa que "por mí, yo seguiría aquí, y eso que soy muy morriñenta, muy de la tierriña". Pero no le será posible, porque en el SVE no se puede repetir.

"Regalar tu trabajo voluntariamente no significa que salgas perdiendo -explica Lamazares- . No ganas dinero, vale, estoy de acuerdo, pero ganas otras muchísimas cosas que con el dinero no se pueden comprar, y eso te hace grande, te hace feliz, y solo así puedes ofertar lo mejor de ti para los demás, y esto se vuelve un círculo perfecto, un círculo que, a mi modo de ver, debería ser el motor del mundo". Marta Lamazares reconoce, no obstante, que muchos de quienes realizan el voluntariado lo hacen pensando en una salida profesional, que el Voluntariado Europeo "también puede funcionar a modo de trampolín, es decir, que una vez que te integras en la cultura del país en el que estás pueden surgir oportunidades de trabajo. Y si estás dispuesta a quedarte, esto puede ser muy interesante, pero también en el caso de volver algún día a tu casa te llevarás en el petate la experiencia de haber trabajado en el extranjero".

Al contrario que Marta, el ferrolano Juan Chao no tiene recato en afirmar que "yo no vine aquí por la crisis, soy un aventurero". Su "aquí" es, actualmente, Nagold, un pueblo de la Selva Negra de Alemania, a 60 kms. de Stuttgart y muy cerca de las fronteras con Suiza y Francia. En el Centro Juvenil donde fue asignado desde el pasado mes de septiembre "hago prácticamente de todo: ayudo en las tareas de limpieza, en la cocina, en la organización de actividades", aunque su atención está especialmente dirigida a los niños del centro, a los que, tanto él como sus compañeros de voluntariado, acompañan, ayudan y asesoran.

Juan Chao, que antes de apuntarse al SVE ya estuvo en el programa de Erasmus en Portugal, "que me abrió la mente y me enseñó que el mundo es mucho más grande e interesante que solo lo que tenemos alrededor", añade como otra de las razones para anotarse la de que "a mí, la idea de adquirir la rutina que supone un trabajo normal demasiado pronto nunca me gustó. Claro que este capricho solo me lo he podido permitir gracias al apoyo de mis padres".

Su confesión de"aventurero" y "enemigo de la rutina" no son óbice para que, a sus 24 años, Chao, titulado en Ciencias del Deporte, se plantee ya a corto plazo su futuro profesional "y seguramente lo haré en Alemania, aprovechando mi experiencia, la buena situación de este país y el hecho de que ya he superado el proceso de adaptación, algo básico en estas tesituras".

Tampoco Diego Taboada (25 años) se fue en su día a Polonia empujado por la crisis: "Simplemente quería aprender otro idioma y tener una experiencia antes de empezar a trabajar en Galicia. De hecho, yo me marché una semana después de haber acabado la carrera".

En Nidda, una pequeña localidad de la región alemana de Hessen, reside una Alba Valle, 26 años, de Ponteceso, que desempeña su labor en un centro para niños con discapacidad intelectual. Alba nos hace también su particular confesión: "Yo no considero esta opción como una labor humanitaria o, por lo menos, en mi caso no fue un sentimiento de solidaridad el que animó a participar en el proyecto".

"A mí, realizar este servicio me da la posibilidad de aprender una lengua nueva y crecer a nivel personal y profesional mucho más que si estuviera al lado de casa. No es un trabajo pero, a efectos, es como si lo fuera. Si te vas a Londres a buscarte la vida no ganarás, al menos el primer año, mucho más que para pagar los alquileres, la comida y el transporte. En mi caso, este tipo de cosas están toalmente cubiertas".

En que el SVE "no es un trabajo, aunque la beca incluya "gastos para el bolsillo" se insiste mucho desde las entidades que se han implicado en esta alternativa que aúna solidaridad y experiencia. Una de las más activas en Galicia es la Fundación Paideia, que fue con la que contactaron los jóvenes que protagonizan este reportaje. Solamente el pasado mes de julio, gracias a Paideia emprendieron el voluntariado europeo 18 chicos y chicas, de edades comprendidas entre los 21 y los 30 años, en Dinamarca, Polonia, Bélgica, Francia, Hungría, Italia, Lituania, Rumanía, Alemania, República Checa o Chipre.

Con Paidea contactó un Miguel Álvarez, coruñés de 30 años, licenciado en Administración y Dirección de Empresas, que hace muy poco terminó su voluntariado en Eslovaquia, concretamente en un centro de acogida de niños, la mayoría de ellos gitanos. A raíz de esa experiencia, "que en principo nada tiene que ver con mis estudios", Miguel desvela que "no solo he mejorado mis propias habilidades, sino que he descubierto otras que yo ni sabía que tenía". Así, y a pesar de que hoy en día está realizando un Master de Recursos Humanos, Álvarez confiesa que "si por mí fuera, yo sería voluntario europeo toda mi vida. La experiencia que he vivido allí ha sido la más gratificante de mi vida. Ahora estoy buscando un trabajo relacionado con mis estudios, pero no me cierro las puertas a nada. De hecho, me encantaría trabajar en una organización de envío y acogida de voluntarios".

El trabajo que desarrolla Marina Pidal, sí que tiene algo que ver con la carrera en la que se ha licenciado: Psicología. "Estoy en un colegio alternativo -nos cuenta, desde Kritzendorf, cerca de Viena- donde la educación que se aplica está, de alguna manera, basado en el método de María Montessori. Como le pedimos que especifique, Marina nos concreta en qué consiste tal método: "Son los propios niños, que tienen de 5 a 15 años, los que se reúnen cada semana y deciden las normas de la escuela, administran su tiempo como quieren, eligen qué es lo que quieren aprender en cada momento y cada uno lleva su ritmo". Sobre esta metodología educativa, Marina cuenta que fue la primera en sorprenderse: "Impresiona mucho al principio -refiere- porque llegas al colegio y ves a un niño que está subiéndose a un árbol y piensas que lo que debería estar haciendo es estudiar o resolver ecuaciones...Pero la semana siguiente ves que ese mismo niño no levanta la cabeza del libro y que hasta es capaz de darte lecciones de Geografía".

La labor de Marina Pidal consiste en "acercar a los niños a la cultura de mí país: cocinamos tortilla o hacemos una empanada, les he enseñado ya la historia del Camino de Santiago y, una de las últimas cosas que se me ha ocurrido, ha sido la de traducirles canciones de Paco Ibáñez y cantarlas con ellos acompañándonos con una guitarra.Pero lo que más les gusta, sobre todo a los más pequeños, es aprender a tocar el piano". No en balde está en el país de Mozart.