Carlos Oroza elige sentarse en la terraza a pesar de la lluvia impenitente y de la humedad que se cuela hasta en las palabras. No puede estar sin fumar ni, a sus 90 años, pretende hacerlo. Con la cortina de humo como única barrera, el gran poeta vivo gallego -que la semana pasada recibió un homenaje del mundo de la cultura en el Balneario de Mondariz- habla de su vida, de su pasado, de sus deseos y, por supuesto, de la poesía.

-¿Cómo vivió el homenaje que le realizaron sus compañeros del mundo de la cultura la semana pasada?

-Fue muy bonito y me ilusionó mucho. Además, Mondariz es un lugar muy especial donde la arquitectura y naturaleza se hermanan; son íntimos e inseparables. Es bonito sentir el pálpito al contemplar algo así. Ojalá sirviera de imitación todo lo que ahí contemplamos. Tal vez un día me surgirá un poema de lo que ví. A Vigo, en cambio, le falta abrirse a la luz, pero es un proceso lento.

-Luz, eso es lo que necesitamos todos en estos días tan grises.

-Tengo un poema a propósito de esta circunstancia: "Vivo en Vigo y aparezco a pesar de este tiempo interminable de lluvias y de oscuridad".

-Quizás para un poeta este tiempo sea inspirador.

-Sí, a mí la lluvia me inspira porque me ayuda a entrar en mí mismo. Pero también necesito el sol y caminar; dar marcha al movimiento poético, contemplar y dar alas a lo contemplado y a veces a una soledad escogida y buena compañera.

-¿Disfruta entonces de esa soledad? ¿Cree que es una sensación menospreciada por la sociedad?

-La soledad está como amontonada pero es imprescindible. Si no miramos arriba es imposible que encontremos alguna vez el sol.

--En este momento de su vida, ¿escribe a diario o cuál es su ritmo de creación?

-Todos los días estoy contemplando y adquiriendo esa realidad de lo que contemplo; mi otredad. También leo, aunque a gente seleccionada como Cunqueiro, Valle Inclán y Whitman. Y siento ternura y amor por Miguel Hernández. Este año espero publicar una nueva edición de mi poesía, con nuevos trabajos, pero no me gusta escribir por obligación, eso nunca, sería fabricar.

-Pere Gimferrer, en el prólogo de "Évame", asegura que "pocos tienen tanto derecho a ser llamados maestros" como usted. ¿Qué le gustaría haber enseñado?

-No me siento capacitado para enseñar, eso es lo que hacen los maestros en la escuela. Pero me gustaría haber mostrado a alguien lo que significa la palabra y haber logrado que lean más.

-En este momento de su vida, ¿cuántas certezas tiene?

-Certeza ninguna. Yo vivo en una contradicción profunda y, aunque a veces es frustrante, me salva la poesía.

-Entonces, ¿la poesía es la salvación?

-La poesía puede salvar, a pesar de ser una gran fatalidad. Cuando todo nos falla solo nos queda la poesía; ella nunca me abandonó.

-¿Cuándo sintió que con las palabras podía nombrar lo que no entendía?

-No lo se muy bien, pero es algo que llevaba dentro a pesar mío. Después, comencé a reflexionar y a ponerme en duda. Sin embargo, a veces lo que digo contiene muchas contradicciones. Es como el verso de Whitman, que dice: "Me contradigo porque contengo multitudes". El que camina una sola hora sin un verso camina amortajado hacia su propia tumba.

-Inventar palabras es una constante en su poesía. ¿No basta la lengua tal como es? ¿Acaso se gastan las palabras y las expresiones de tanto usarlas?

-Sí, las palabras están demasiado manoseadas. Cuando no encuentro la adecuada para definir lo que quiero, no me queda otra solución que inventar. Évame era la única palabra que definía en lo que me convertía en ese instante; en una mujer, y ella en mí. Es un homenaje a la mujer.

-¿Qué tal se ha llevado con las mujeres?

-Las he sentido y entendido mucho y ellas a mí creo que también. Es inevitable la unión entre la orilla y el mar, lo masculino y lo femenino.

-De alguna manera esta pregunta ya la ha contestado a lo largo de la entrevista pero, ¿quién es Carlos Oroza?

-A veces dudo mucho de mí mismo. Como he dicho, soy una profunda contradicción.

-¿Es feliz así?

-No se lo que es la felicidad y no puedo expresarla con palabras, pero la siento.