Orgullosa y emocionada, revindica la figura de su abuelo, diplomático en la Embajada Española de Hungría en 1944, quien salvó del Holocausto a 5.200 judíos. Junto al director del Centro Sefarad de Israel, Miguel de Lucas, Sol Andrada inauguró ayer en Casa Mediterráneo la exposición «Visados para la Libertad», que reivindica la figura de siete diplomáticos españoles, entre ellos su abuelo, que salvaron a miles de judíos del exterminio nazi.

José de Rojas, Julio Palencia, Sebastián Romero, Bernardo Rollano, José Ruiz, su esposa Carmen Schrader, Eduardo Propper y Ángel Sanz Briz son los nombres de diplomáticos españoles que durante la II Guerra Mundial evitaron la muerte segura de miles de judíos en las ciudades donde estaban destinados. Su historia se refleja en una exposición en Casa Mediterráneo en la que se recuerda a estas personas que se implicaron jugándose su carrera, su patrimonio e incluso su vida. Sol Andrada, nieta de Ángel Sanz Briz, recuerda orgullosa a su abuelo, conocido como «el Ángel de Budapest», quien salvó a 5.200 judíos de los campos de exterminio.

¿Cómo era su abuelo?

Era mi padrino y aunque murió en 1980, cuando yo era pequeña, en casa era muy admirado. Fue embajador en medio mundo, incluso en China. De hecho, de niña, yo creía que era chino (risas). Era un hombre trabajador, enamorado de su profesión, muy serio y recto. En casa, mi madre nos educaba con frases del abuelo.

¿Les hablaba él de lo ocurrido en Hungría durante la II Guerra Mundial?

Jamás. Lo de Hungría no existió para la familia hasta más adelante. Él ayudó a los judíos por propia iniciativa, pero era algo que tenía que quedar silenciado porque el gobierno de Franco era amigo de la Alemania de Hitler.

¿No sabía Franco que su abuelo acogía judíos en Budapest?

Sí lo sabía. Mi abuelo escribía a España informando de la situación tan terrible que atravesaban los judíos tras la invasión de los nazis a Hungría e informaba más o menos de lo que hacía. Franco le daba la callada por respuesta, hacía la vista gorda, por lo que él siguió a lo suyo sin permiso, pero sin oposición.

¿Cómo se las arregló su abuelo para salvar a más de 5.000 personas?

Él aprovechó una ley de Primo de Rivera que reconocía la nacionalidad española a los judíos sefarditas. Lo malo es que en Hungría apenas había judíos sefarditas, así que él intentó salvar, con argucias, a cualquier judío. Buscaba a judíos con familia en España e incluso llegaba a subirse a un tren de deportados y gritaba: «El que me diga una palabra en español se viene conmigo» para tener una mínima excusa frente a los nazis, y se los llevaba frente a sus narices. Mi abuelo utilizó su influencia y sus contactos, pero también recurrió a los sobornos de agentes alemanes.

Y los acogió hasta el final de la guerra...

Sí. Basándose en los derechos de los judíos sefarditas expidió 40 pasaportes individuales que convirtió en familiares. Luego, como iban por número, les añadió letras y así multiplicó los documentos hasta los 5.200 que salvó, pero como no podía sacarlos de Budapest porque España no los acogía, alquiló 20 viviendas junto a la embajada. Puso la bandera de España en la puerta y le dio un carácter oficial. En el mantenimiento de estos pisos y en la comida para esta gente gastó parte de su patrimonio personal y, aún así, los judíos vivían allí hacinados sin apenas medios. Por ejemplo uno de los supervivientes con los que hablé me contó que en un baño vivían los seis miembros de una familia. No podían salir a la calle porque los alemanes los hubieran cogido de inmediato. Eran unas condiciones horribles, pero los mantuvo vivos hasta el final de la guerra.

¿Cuándo llegaron los reconocimientos a esta labor?

En su mayoría cuando mi abuelo ya había muerto. Él mantuvo el secreto sobre lo que hizo hasta que a Franco le interesó hacerlo público para mejorar las relaciones de España con EE UU y con Israel pero, por ejemplo, él no pudo recoger el reconocimiento que le hizo Israel como Justo entre las Naciones. Ya muerto mi abuelo, han llegado un montón de reconocimientos, un libro sobre su figura, la película «El Ángel de Budapest»... De todos modos, su mayor reconocimiento y el mejor testimonio lo dan las miles de personas a las que salvó.