Una modesta fila de personas, se mueve lentamente para aproximar a la puerta de la muerte los pocos turistas que pretenden entrar en la Basílica de San Pedro. Después de los días pasados montando guardia a la espera que los Cardenales salieran de las congregaciones, o la fumata anunciara la elección del Pontífice, los curiosos que atiborraban la plaza desaparecieron hoy como por encanto dejando la misma con un aspecto casi irreal.

Los periodistas, en cambio, aumentan cada día más y lo mismo sucede con las fuerzas del orden que, a primeras horas de la mañana, ya se alineaban a los lados de Vía de la Conciliación, esperando poder controlar cada movimiento imprevisto.

Roma, mientras tanto, con su habitual indiferencia, acoge con pocos aspavientos a los millares de personas que llegan sin darle tregua para el primer Ángelus de este nuevo Papa que sigue sorprendiendo y encantando a devotos y menos. Porque "mira Lorena, dicen que rechazó el mercedes que le correspondía y que fue personalmente a pagar su hotel" "si pero eso de que siga usando la cruz de hierro, francamente, me parece demasiado progresista, un Papa debería de darse cierta importancia" "y ¿qué me dices de ayer que, sin previo aviso, fue a visitar un enfermo al hospital?" "Me gusta mucho, se parece al Papa Bueno". Por otro lado, los hinchas de la Roma, equipo de fútbol preferido en la capital, haga lo que haga este Papa ya lo adoptaron incondicionalmente, que para eso eligió como nombre Francesco, el de su intocable capitán. "En casa ya lo llamamos Queco" me dice un romanista empedernido.

Algunos componentes de la comunidad hebraica romana, que cuenta con más de 14000 almas, comentan satisfechos "Nosotros los judíos, estamos viviendo un momento de antisemitismo en Europa. Queríamos un Papa que entendiera la relación especial que hay entre nuestras religiones. Papa Francisco, cuando era arzobispo de Buenos Aires visitó dos sinagogas y ahora, saltándose el protocolo, ya escribió al rabino para ofrecerle contribuir al progreso de las relaciones entre judíos y católicos. Estamos con muchas ganas de poder trabajar con él".

Pero no contenta esta ciudad, porque está claro que le gustan los desafíos, contemporáneamente al Ángelus, acoge el XIX maratón que, para no molestar a los fieles, ya desvió el kilómetro de recorrido que pasaba por San Pedro llevándolo hasta San Pablo que la cosa, igual queda entre Santos pero, a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar.

Y mientras más de 20.000 atletas de unos cien países diferentes, recorren los lugares símbolo de la ciudad eterna pasando ante más de quinientas zonas de valor histórico, arqueológico, religioso y arquitectónico: el Coliseo, Plaza Venecia, el Circo Máximo, los romanos sueltan un par de tacos: te potesse pijà 'n corpo equivalente a nuestro "mal rayo te parta" y tratan de embocar las calles adyacentes para no pasar la mitad de su vida embotellados en el tráfico, incluso a pie.

Para una capital cuyo urbanismo se remonta casi a las guerras púnicas, todo este ir y venir de gentes, comportaría el caos si el pueblo no fuera como es, acogedor y a la vez resignado. Se prepara para el acontecimiento del martes con la misma serenidad con que vivió la muerte de Juan Pablo II, cuando casi dos millones de personas invadieron las calles por más de una semana. En esta ocasión, se esperan ciento ochenta delegaciones de otros tantos países para la misa solemne de inicio ministerio de Francesco como Pastor Supremo de la Iglesia. No es posible circular por la ciudad sin que el tráfico se paralice intermitentemente para abrir paso a los motociclistas que escoltan a quienes están llegando a Roma para el evento: un presidente, un monarca o Alfonso de Senillosa que acabo de ver pasar. Los romanos, con su característica sorna y parsimonia, observan socarrones y, como Virgilio a Dante en el tercer canto del infierno de la Divina Comedia, parecieran decir: "Non ragioniam di lor ma guarda e passa" que traducido libremente podría significar: "No les hagas ni caso, observa y pasa".