No cabe duda, hay pocos artistas españoles de la condición mítica, icónica, de Raphael, un intérprete capaz de llevar el desgarro sentimental a las más altas cotas de impostura, y los ademanes más histriónicos a la categoría de hecho artístico. Nadie en este país tiene al mismo tiempo el tirón popular y el peso del culto y mito vivo que posee Raphael. Alabado por igual entre admiradores de copleras mediáticas y por muchachitos derretidos por el soul, marujas y modernos, padres e hijos, el cantante de negro es único. Su categoría lo emparenta tanto a faraonas de lo folclórico como Rocío Jurado, como a grandes clásicos internacionales como el primer Scott Walker. Pone a sus pies a María Teresa Campos con la misma naturalidad que rinde a Alex de la Iglesia.

Raphael, en fin, es un mito vivo, muy vivo, felizmente, si nos fiamos del tour de force que Vigo vivió ayer sobre las tablas del escenario del Auditorio Mar de Vigo. Porque un recital de Raphael, 69 años, con un trasplante de hígado en 2003, con discos editados desde 1962 (un año antes del debut de The Beatles, para hacernos una idea) es un pulso auténtico, y vencedor€ Raphael puede sostener, y sostiene, un concierto de varias horas sin más apoyo que un pianista. Y su voz áurea, por supuesto.

El público respondió al patrón lógico: mayormente gente de edad, pero mezclada con juventud curiosa. No se agotaron las entradas, pero el lleno fue suficiente y suficientemente generoso como para que el artista se sintiese arropado por sus fieles. El escenario era austero, centrado en un piano de cola, custodiados sus laterales por sendas escalinatas que llevaban a una plataforma al fondo, y una pantalla de vídeo más bien modesta acompañando con proyecciones a Raphael.

Él, claro, entró de negro riguroso. Y sobre el escenario, hizo más que venir a presentar su último disco, "El Reencuentro", que supone, efectivamente, su reencuentro con el compositor Manuel Alejandro después de 28 años. Acudió a estas nuevas canciones, por supuesto, pero ante todo el recital consistió en un repaso por su vida, su historia, su paso por Latinoamérica (espectacular y emotivo fue al presentar en tema "Gracias a la vida", de Violeta Parra, y reconocer que lo había hecho suyo más que nunca tras la operación). Tocó sus temas más pop de sus primerísimos pasos, como un coqueto "Todas las chicas me gustan", de su primer disco, y por supuesto su ristra de éxitos, atormentados lamentos ("Digan lo que digan" a la cabeza). Desamor, autoindulgencia, destino y desdicha interpretados con esa vehemencia casi bufa. Y con una voz aún en estado de gracia.

Algunos pueden pensar que para comprender a Raphael (en lo bueno y en lo malo) bastan un par de canciones, dos éxitos, alguna breve intervención televisiva. No es así: al de Linares hay que catarlo al completo, en toda su dimensión e intensidad, él solo con un austero piano sosteniendo un estilo que lleva ofreciendo desde hace décadas y sigue sintiéndose, cuanto menos, como algo único e inimitable (pese a los muchos imitadores que ha habido del autor de "Escándalo").