En 1997 el artista David Hockney (Bradford, Reino Unido, 1937) regresó a su Yorkshire natal para acompañar en sus últimos días a su amigo Jonathan Silver, a quien había retratado un año antes. El recorrido diario hasta la casa del enfermo terminal se convirtió en un reencuentro con los paisajes que le acompañaron en sus primeros años y que, quizá por contraste con lo que el pintor encaraba al final del camino, terminaron por alumbrar toda una celebración de la vida a través del continuo cambio de la naturaleza. De todo ello queda constancia en la exposición "David Hockney: una visión más amplia" que el Museo Guggeheim de Bilbao acoge hasta el 30 de septiembre. Los 150 trabajos de la muestra, la mayoría realizados en los últimos años ocho años, dejan constancia de que ese empeño en documentar el paisaje es un afán capital de la obra de uno de los mayores artistas británicos.

A punto de cumplir, el 9 de julio próximo, los 75 años David Hockney da prueba de gran vitalidad creativa y de curiosidad constante por lo que ciertas novedades tecnológicas –como el Ipad utilizado para tomar apuntes del natural– puedan aportar a su trabajo plástico. La exposición de Bilbao rastrea el origen de esta explosión de naturaleza y color en que se ha convertido su obra más reciente. La figura humana ha desaparecido de los cuadros de quien en otros momentos de su trayectoria se identificó como retratista singular, centrado en sus seres más cercanos a los que convierte en modelos enraizados en su propia vida. Hace tiempo ya que Hockney no quiere oír hablar de las piscinas que fueron elemento identificativo de su obra en los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado, reflejo del universo de Los Ángeles y de la California en que se asentó el artista.

Nada de lo que ahora sitúa ante el espectador recuerda a ese modo de vida netamente urbano, pura creación del hombre cuya mano apenas se adivina en su obra más reciente tras la madera talada. Sí hay continuidad del Hockney actual con el que ya en los años ochenta jugaba con ciertas formas cubistas llevadas a la representación del paisaje, y conseguía un aire infantil, de engañosa simplicidad, en el tratamiento de la perspectiva. En Bilbao puede verse ahora su "Mullholland drive: The road to the studio" de 1980, como un preaviso de este estallido de paisajes trenzados por caminos.

También sigue ahí el pintor que a través del collage y de la experimentación con la fotografía polaroid consigue componer amplísimos formatos a partir de fragmentos de la realidad ordenados como un rompecabezas, con la perspectiva alterada para conseguir a un tiempo captar los pequeños detalles y la gran panorámica. Sus visiones del Gran Cañón del Colorado, de finales de los noventa son un anticipo de lo que el pintor británico desarrollará con la entrada del nuevo siglo.

En el privilegiado espacio del museo bilbaíno proyectado por Frank Gehry, el espectador empequeñece ante obras desbordantes por dimensión e impacto visual, de las que la culminación sería quizá "La llegada de la primavera en Woldgate. East Yorkshire en 2011", una composición de 32 lienzos cuya luminosidad sobercoge.

El continuo cambio de la naturaleza en la que el artista ha fijado su atención propicia series detalladas de cuadros que responden no ya a cambios estacionales si no a fechas muy concretas documentadas en el título de la obra. Esa inquietud por el fluir de la vida, tan poderosa como perenne, se acrecienta en el último Hockney por la presencia continua de los caminos como elementos centrales y vertebradores de la composición, que acentúan el movimiento del cuadro, la sensación de estar de paso.

La preocupación por perpetuar lo cambiante que late en toda obra pictórica y que se hace ahora más visible en David Hockney nos acerca también a alguien que indaga en el pasado de su arte, estudia y recrea a algunos de sus antecesores hasta convertir en un breve respiro el tránsito entre lo clásico y lo más actual.