"La gran burguesía catalana y vasca, más que la vieja nobleza castellana, fueron la que más dinero dieron a la Casa Real española en el exilio de Estoril", decía ayer en el club FARO el historiador Ricardo Mateos. De "Reyes, príncipes y millonarios exiliados en Estoril en los años dorados de la posguerra" trató su charla, hilvanada al calor de las fotos de esa etapa que se iban sucediendo.

Los Condes de Barcelona fueron no solo los primeros en establecerse allí sino los pilares, las figuras auténticamente vertebradoras de toda la conjunción histórica que se dio de reyes y príncipes exiliados después de la II Guerra Mundial en el triángulo formado por las localidades costeras de Estoril, Cascais y Sintra. "Todos los que sobreviven a aquella etapa –cuenta Mateos– conservan en su memoria aquellos años como un tiempo especial e irrepetible, una época que fue y no volverá en la que, de forma necesaria, convivieron las alegrías, los gozos, las esperanzas, las frustraciones y tragedias propias de la condición humana. Y es que, como tantos de ellos me han transmitido, cada cual a su manera, "aquello era el paraíso".

Ricardo Mateos, que publicó en La Esfera de los Libros "Estoril, los años dorados", fue en realidad siguiendo el orden de las fotografías y comentando al calor de ellas jugosas anécdotas que iban desde Nicolás Franco y su amistas con don Juan hasta los amores de Salazar y la rica aristócrata Carolina Correa, la llegada del exrey Carol de Rumanía y su bella esposa "femme fatale" Magda Lupescu, la extrema pobreza "de hambre" con la que llegaron y vivieron los Hagsburgo, los caprichos, enamoramientos e intentos de suicidio de Tití de Saboya, la sobria y anónima existencia de los Duques de Braganza en un palacio-convento que les cedió Salazar, el exceso de alcohol que tomaba la condesa de Barcelona...

Bien y barato

"Aquella aristocracia exiliada –dijo Mateos– vivía allí bien, Portugal era barato, no tenían problemas, Salazar les invitaba a todos los actos importantes y tenían mucho brillo social aunque vivíeran en unas condiciones de gran sobriedad. Los condes de Barcelona, por ejemplo, vivían absolutamente de prestado y de prestado era hasta su mismo barco, igual que su residencia Villa Giralda tenía una renta muy pequeña".

Cuenta Mateos que los visitantes que llegaban pagaban los gastos que se derivaban de su visita a Don Juan, fueran comidas, fiestas o cruceros pero los hermanos portugueses Espírito Santo serían los mayores apoyos financieros de ellos y de otros príncipes y reyes que, sin su ayuda, habrían pasado mayores penurias. La terraza de Casa Santa Marta, donde vivía uno de ellos con sus once hijos, era lugar de encuentro matinal de esta nobleza que simplemente llamaba a la puerta y entraba, alguno incluso en albornoz porque el acceso directo al mar daba lugar a jornadas de baños, risas y bromas. "Buena prueba de la amistad de ellos con don Juan es que recién nombrado rey, su hijo don Juan Carlos visitó en su domicilio portugués a Isabel Espirito Santo, a la que consideraba una segunda madre".

De Don Juan, padre del Rey, contó Mateos que tenía encanto y hubo mujeres que lo perseguían. "E stuvo a punto de dejarlo todo por una griega –afirmó– que fue su amante pero, ya en Portugal, tuvo otras tres historias con otras tantas mujeres de la buena sociedad portuguesa".

Se habló de la muerte de Alfonsito, su hijo y hermano del rey Juan Carlos y la crisis que originó en la familia, marcando un antes y un después en ella, llegando incluso a enviarse a la condesa de Barcelona a un espacio de retiro espiritual. De la condesa habló Mateos de su afición a la bebida. "La bebida era muy habitual en aquellos años y aquel ambiente de continuos actos sociales –dijo– pero fundamentalmente entre los hombres. Lo de la condesa fue ocurriendo casi sin ser advertido en aquel entorno, pero luego derivó incluso en el paso por clínicas de rehabilitación".

Las tres últimas grandes fiestas en que no faltó nadie de la jet set mundial, en 1962, marcaron el comienzo de un declive que coincidió con la muerte de Salazar y la posterior pérdida del poder de los suyos.

"La burguesía portuguesa les abrió los brazos"

Cuenta Ricardo Mateos que entre 1946 y 1969 todo un conjunto de reyes y príncipes exiliados de sus países de origen recalaron en el calmo y tranquilo Portugal regido por Oliveira Salazar, en donde la nobleza y la alta burguesía portuguesas les acogieron con los brazos abiertos, amén del propio régimen dictatorial, en un proceso sin igual de generación de vínculos de afecto que han perdurado hasta nuestros días.

"Así –afirma– Borbones de España, Orleáns de Francia, Saboyas de Italia, Hohenzollerns de Rumania, Habsburgo de Hungría... y, por supuesto, Braganzas de Portugal, convivieron de la forma más armónica y familiar en un contexto geográfico de tan solo unos kilómetros".

Recuerda Mateos que los primeros en llegar a poco de terminar la II Guerra Mundial fueron los condes de Barcelona, padres del Rey de España, figuras nucleares en ese microcosmos. "Después fueron llegando todos los demás en un proceso de varios años que fue dando forma y carácter a la pequeña pero gran colonia regia. Todo ese enclave de notables imprimió un carácter particular a esa Costa Dorada portuguesa y llevó allí a multitud de visitantes que contribuyeron a que muchas veces el olvidado Portugal fuese el foco de atención de las miradas del mundo. Aquel Casino Estoril sigue siendo un lugar tranquilo pero ya no llegan a él señoras enjoyadas envueltas en estolas de piel".

En opinión de Mateos la posición económicamente incierta que vivió don Juan Carlos de pequeño, la inseguridad sobre su futuro y el haber llegado al poder por decisión de Franco le marcaron hasta hoy mismo.