Desde mediados del siglo XII, una procesión religiosa subía al Monte Santa Tecla para rendir culto religioso. Tras siglos y siglos ganando fieles, la procesión fue perdiendo almas conquistadas hasta que en 1912, un grupo de indianos llegados de Puerto Rico, a donde habían emigrado, decidieron constituir una organización para frenar esta decadencia y embellecer el monte.

Entre los impulsores, se encontraba una figura insigne, Manuel Lomba, un emigrante retornado de la bella isla caribeña que junto a otros homólogos creó el 29 de septiembre de 1912 la Sociedad Pro-Monte Santa Tecla.

Entre las actuaciones urgentes que pensaron, se encontraba reestructurar la vieja ermita, dar más solemnidad a la fiesta en honor a Santa Tecla y ejecutar una carretera para comunicar la base con la cima de un monte de 341 metros de altitud.

La obra no se demoró mucho y tras varios meses abriendo una brecha en el monte, pronto comenzaron a aparecer piedras singulares y hasta viejas construcciones que las obras rompieron y que dejaron con la boca abierta a los vecinos.

"A partir de ese momento, el objetivo estaba claro, había que conseguir un arqueólogo y hacer excavaciones", explica Miguel Villa, autor del libro de historia "Sociedade Pro-Monte Santa Tecla 1912-1928", una trilogía de la que ha publicado la primera entrega y que finalizará el próximo año la segunda.

La negativa de Madrid

Para ello, los socios de Pro-Monte Santa Tecla –que destacaban por su buena situación económica y sus contactos, incluso en Madrid– remitieron parte de los restos encontrados al Gobierno español de la época para que decidiese enviar un arqueólogo nacional a A Guarda (Pontevedra).

Si la primera sorpresa del colectivo fue encontrar restos con cientos y cientos de años de antigüedad; la segunda fue la respuesta remitida desde Madrid cuyos técnicos indicaron que las piedras no servían para nada y que, por lo tanto, "no había necesidad" de enviar a Galicia a un arqueólogo, explica Miguel Villa.

Luchadores y tercos, los integrantes de la Sociedad Pro-Monte Santa Tecla pusieron en marcha un plan B moviendo sus hilos. Entre sus filas, se encontraba Manuel Lomba, una persona con una fortuna considerable, al contar con un negocio de pieles que vendía a la familia real de la época.

Este logró en 1914 que sus contactos en el Gobierno remitiesen a A Guarda a un arqueólogo nacional. El elegido fue Ignacio Calvo que realizó los trabajos –en los que también participaron miembros de Pro-Monte– entre 1914 y 1923 datando los restos entre la Edad de Bronce y la época romana.

"Se excavó muchísimo por la zona del sur donde ahora se entrevén casitas entre la maleza, abandonadas", señala Villa, quien añade que "Calvo hablaba de la puerta sur. No se sabe dónde está, quizás se encuentre hacia Camposancos", explica.

Como refuerzo, Juan Domínguez Fontenla, también miembro de Pro-Monte así como historiador y miembro de la Real Academia Española, comenzó a publicar en la prensa de la época sus hipótesis sobre lo encontrado.

A juicio de este, la citania de Santa Tegra bien podía ser la gran ciudad celtíbera de Abóbriga, dada la alta cantidad de castros que se localizaron por todo el Tecla. "El monte es potencialmente una mina" de restos arqueológicos, señala Villa, quien además de ser profesor en el Colegio Padres Somascos es también una de las personas que mejor conoce la historia del Tegra y las gentes que lucharon por él.

Para él, no hay que olvidar que el Tegra retiene una fuerte huella religiosa. Una evidencia de esto surgió con los últimos trabajos para reformar la iglesia de la cima en 1994. Entonces, apareció un sepulcro paleocristiano que se suma a los restos cruciformes de eremitas encontrados en excavaciones anteriores, así como a los círculos solares de los cultos paganos en la época ´castrexa´.

Batiburrillo de piezas

La historia de las excavaciones en Santa Tegra (cuatro a lo largo de su historia– está también cubierta de enigmas. En la actualidad, se desconoce en qué punto exacto del Monte y en qué año y cómo se encontraron gran parte de las piezas arqueológicas que se guardan. Ni siquiera se puede señalar de qué campaña de prospecciones son los restos, si de la primera entre 1914 y 1923; si de la segunda (1928-1933), si de la tercera entre 1955 y 1960. La cuarta fue ya en los años 80 y sí estuvo mejor documentada. "El actual museo fue un almacén; no se sabe de dóne fueron sacadas las piezas ni en qué época; no fue una recolección científica", critica Villa, quien a pesar de esto deja claro que "lo que hizo la gente de Pro-Monte por el Tecla fue impresionante".

Manuel Lomba, el ideólogo de las Festas do Monte

Las Festas do Monte, que se celebran cada año en agosto congregando a miles de personas que suben el Tegra para disfrutar de una comida campestre y de un peculiar y no oficial homenaje al dios Baco, rondan los cien años de antigüedad.

Tras la constitución de la Asociación Pro-Monte Santa Tecla, el grupo de indianos creadores –entre los que se encontraba Manuel Lomba– esperaron al primer año de vida para celebrar el aniversario con una romería que prosigue en nuestros días pero que ha ido modificando su forma de festejo.

Entre los jóvenes que cada año asisten al Monte, muy pocos o casi ninguno sabrá decir algo de Manuel Lomba Peña, el presidente fundador de la Asociación Pro-Monte.

Lomba nació en A Guarda en 1861 y aunque falleció en Madrid en 1933, sus restos fueron llevados a su localidad natal donde siguen hoy en día.

Muy joven, emigró con un hermano a Cuba donde adquirió conocimientos mercantiles. Sin embargo, acabó regresando al pueblo donde consiguió trabajar como agente de recaudación de tributos por la zona. Además, creó una empresa de chorizos que llegó a vender fuera de España.

Aún así, no prosperaba con el negocio lo que esperaba por lo que marchó con su nueva familia, ya casado, a Puerto Rico, en donde vendía sus embutidos. Allí, de alianza en alianza, dada su fuerza personal de liderazgo social, jugó un papel importante apaciguando a los españoles tras la independencia de la colonia y su nueva dependencia de Estados Unidos.

Pasados los años, volvió a Madrid adquiriendo acciones de la Peletería Francesa que fornecía de pieles a la realeza. A pesar de estos cambios, los veranos los pasaba en A Guarda donde fundó en 1912 la Sociedad Pro-Monte Santa Tecla con un papel clave en la lucha por las excavaciones.