"Boas noites. Nos gusta mucho estar aquí y comer vuestra comida", dijo ayer Rick Davies, el líder de Supertramp, —después de una introducción compuesta por las canciones menos conocidas de su repertorio—, a las cerca de cinco mil personas que, ayer, según la organización, se hicieron un sitio en el foso y en las gradas del Coliseum. Son menos de la mitad de las que había previsto el Ayuntamiento y, menor es aún, el número de asistentes al recital que pagó su entrada —cuyos precios oscilaban entre los 35 y 55 euros— para escuchar en directo a estas leyendas de los 70.

No hubo grandes gritos cuando entraron ni aplausos de esos ensordecedores que hacen que retumbe el Coliseum, pero sí que fueron muchos los que, ya con la primera nota del piano, sacaron el teléfono móvil y empezaron a grabar el concierto, intentando guardar, más allá de sus retinas, la imagen de un Davies vestido de domingo que intentaba volver a ser el que un día fue sobre el escenario.

El Instituto Municipal Coruña Espectáculos (IMCE) destinó aproximadamente 400.000 euros de los 740.000 otorgados en el modificativo de crédito —para la programación de las fiestas— en la contratación de este concierto que, si bien se presentaba como la estrella de la programación del verano —más allá de David Bisbal, que actuó en Riazor el 1 de agosto— y del otoño, no consiguió alcanzar ni la mitad de los espectadores que había previsto. El concejal de Fiestas, Carlos González-Garcés, aseguró que las grandes giras de este año no recalarían en la ciudad por "el riesgo" económico que suponen. Lo dijo, eso sí, antes de ver la taquilla final de Supertramp. Crisis? What crisis? que diría Davies en sus tiempos mozos. Ajenos a los líos de cifras, los de Supertramp se entregaron a un público que coreó sus canciones y que jugó, por una noche, a volver al pasado, a evadirse de una realidad con calvas en las gradas.