La representación del "Don Juan Tenorio" de José Zorrilla entre las lápidas y los nichos cumple así su quinto año consecutivo gracias a una original iniciativa del Centro Cultural Español y su director, Ricardo Ramón, en una producción dirigida por Myriam Reátegui.

El cielo lechoso de la noche limeña contribuyó también a dar un toque de magia a este montaje donde la iluminación es apenas sugerida por filas de antorchas y un par de discretos focos amarillos.

Don Juan se pavonea, lucha y mata, ama y muere en este escenario espectral donde el decorado lo pone el mismo camposanto y su parafernalia de cruces, panteones, arcángeles y catafalcos.

La obra evoluciona en tres lugares distintos del mismo cementerio, a los que los espectadores son guiados por entre las filas de nichos con unas teas ardientes.

Comienza la obra en la taberna sevillana de Buttarelli, donde Don Juan y su rival Don Luis apuestan por quién es el más desalmado de los dos y donde el primero se jacta de poder seducir a una novicia y a una virgen casadera en solo seis días.

"Por donde quiera que fui / la razón atropellé / la virtud escarnecí / a la justicia burlé / y a las mujeres vendí", repiten los dos en su famoso desafío.

Luego la escena reproduce una calle sevillana y el entorno de un convento, donde Don Juan, fiel a su estampa, seduce, engaña y mata aunque queda por vez primera herido por el amor de Doña Inés.

El final es apoteósico, pues los espectros de sus víctimas se le aparecen a Don Juan desde las avenidas de nichos y lápidas del verdadero cementerio y los espectadores se ven sin darse cuenta transportados al mundo que recreó Zorrilla.

Un trío de guitarra, violín y bajo reproducía una lúgubre música que ponía fondo a los últimos momentos de Don Juan, visitado por unas bailarinas vestidas de negro que pusieron su toque flamenco al espectáculo y por dos extraños zancudos emisarios del Más Allá.

Tendido entre las tumbas, Don Juan es rescatado de las llamas del infierno por Doña Inés, que le hace arrepentirse y ganar así la salvación antes de exhalar su último aliento.

El público dedicó una cerrada ovación al elenco de actores, músicos, bailarines y técnicos que participaron en la producción de la obra, que se representará hasta el día 23 de noviembre en el mismo cementerio.

La directora Myriam Reátegui agradeció el calor del público y recordó que este año la función es doblemente especial, no sólo por ser el quinto aniversario de esta escenificación, sino porque el cementerio cumple doscientos años.

Creado por el arquitecto español Presbítero Maestro e inaugurado por el Virrey Fernando de Abascal en 1808, este enorme camposanto de 22 hectáreas nació en un barrio de ocio para la clase alta limeña.

Pero con la degradación de la zona, el cementerio cayó en el descuido y la desidia y sus joyas arquitectónicas han sido con frecuencia pasto de los ladrones, hasta que en los últimos años fue restaurado con dinero de la cooperación española.

Ricardo Ramón señala que la celebración de la obra teatral "es un ejemplo de recuperación de patrimonio: el patrimonio, si no se usa, desaparece", reflexiona.

"Al traer aquí la cultura, tratamos de que se rehabilite no sólo la ciudad de los muertos, sino también la vecina ciudad de los vivos", dice, y recuerda que son muchas las personas que, gracias a la obra de teatro, se atreven a aventurarse en una zona casi maldita.