Juan Miguel Núñez / madrid

El diestro José Tomás escribió ayer otra memorable página en la historia del toreo con un triunfo de tres orejas, aunque al final cambió la Puerta Grande de Las Ventas por la de la enfermería al resultar herido de carácter grave. Otro triunfo grande de José Tomás en Las Ventas, y a qué precio. Diez días después del gran aldabonazo de las cuatro orejas en la corrida de su vuelta a esta plaza al cabo de seis años, ha cortado tres orejas. Pero la salida a hombros esta vez ha sido en ambulancia.

Porque si entonces fue la exactitud del toreo, por la perfección de la técnica, en esta ocasión ha surgido todo desde la temeridad.

Antes y ahora, sinceridad en los planteamientos, queriendo hacer el toreo más puro, de gran verdad. Pero las complicaciones del ganado en esta ocasión han puesto un toque de autenticidad todavía mayor, pues la única manera de triunfar era "jugársela", expresión muy taurina aplicada a lo trágico que se adivina y puede suceder en el ruedo cuando el torero adopta una gallarda postura para desafiar los problemas que plantea el toro.

José Tomás, eso: se jugó la vida. En sus dos toros. Además con arrogancia y coraje. Ahí convenció a todos. Y no sólo eso, también toreó por momentos como los mismos ángeles, si es que los ángeles torean, aunque para entender esa dimensión artística de Tomás necesariamente habría que imaginar faenas celestiales.

Claro que todavía habrá quien ponga reparos por el posible exceso de valor en su actuación en conjunto. Incluso quien achaque un "ambiente a favor" de antemano por parte de la masa que desde el tendido contempla atónita tan emocionante espectáculo.

Pues sí, José Tomás arrastra legión de partidarios, que en ocasiones pueden "apreciar" (imaginar) más allá de la realidad. Y no sería para menos. Lógico cuando se torea con tanta verdad, poniéndose siempre en el camino por donde ha de pasar el toro, ¡y sin quitarse! Esa es la diferencia.

Y esa es la razón por la que unas veces sale por los aires, y otras incluso cae herido. Pero cuando consigue que pase el toro sin quitarse él, domeñando su fuerza bruta, y desviándole la trayectoria, aquello es pura ensoñación. El toreo total.

Por eso ayer es justo hablar más de valor que de arte, más de actitud que de aptitud, de intensas emociones precipitadas por la forma de estar frente al toro, de plantarle cara y de resolver, sin inmutarse.