Pero en el ser humano, según Mora, hay también otros placeres que aun siendo necesarios para la propia supervivencia humana, tienen otra naturaleza. "De hecho, como decía Kant, son placeres de una naturaleza más fina, distinta. Son los que proporciona por ejemplo el arte. Ese placer que, frente al estrictamente sensorial, no consigue apenas consumación y casi siempre está insatisfecho y que por tanto no se sigue de saciedad. Es ese tipo de placer extraño, de naturaleza genuinamente humana, con el que se alcanza felicidad de modo paralelo y mientras se experimenta y dura más tiempo. Uno puede estar contemplando el David de Miguel Angel horas, sin cansancio. Es la felicidad evocada por la belleza, por el arte".

Y acabó su charla este catedrático de Fisiología Humana afirmando que también se puede alcanzar una felicidad todavía más duradera y permanente que aquella alcanzada por el arte. "Es aquella -aseveró- que se obtiene a través del rezo, la meditación y un duro y largo proceso de aprendizaje. Y esto último, las más de las veces, obtenido por la permanente y constante presencia de una idea sublime, religiosa (con Dios o sin él). Pero en cualquiera de los tres casos referidos, felicidad sensorial, felicidad del arte o felicidad sublime, el concepto de felicidad refiere siempre y en su esencia, a ese estado interno y de conducta que es contemplativo y de indiferencia ante el mundo. La verdad es que el ser humano nunca alcanzará la verdadera felicidad persiguiendo el placer. Precisamente el budismo enseña que la felicidad sólo se alcanza renunciando a su búsqueda. 200 años antes de Cristo el Mahabarata ya cantó: `Quien en medio del placer no siente deseo... Quien ha abandonado todo impulso, temor o cólera... Quien ni odia ni se entristece... Ése, está en plena posesión de la felicidad o la sabiduría".