Desde Napoleón y la Guerra de la Independencia, la debilidad de las clases media llevaron el protagonismo a manos de los generales. Resultó imposible modernizar la política que acabó por caer en el recurso de la fuerza. Esa fue una afirmación central del historiador. "Cada partido -dijo- se dotó de una especie de brazo militar o un general de confianza encargado de conquistar el poder o de conservarlo. Así, surgió un poder militar que, entre 1814 y los primeros años de la década de 1980, estuvo presente en todos los cambios políticos; incluso la proclamación de la II República debió de contar con la pasividad de Sanjurjo (Guardia Civil), Berenguer (ejército), Mola (DGS) y Hierro (subsecretario de Gobernación)".

Cardona fue repasando la vida de distintos generales que, en los términos actuales, serían de izquierdas o derechas, absolutistas, progresistas, moderados, republicanos... salpicando la charla con un fino humor nutrido de los rasgos más personales de esos militares que la hizo mucho más atractiva. "Mirándolo bien-dijo-, hasta Primo de Rivera se consideraba un centrista y sólo era un ingenuo militarote, señorito de Jerez al que le gustaban el fino y las mujeres que se metió en camida de once varas y acabó escaldado".

Hubo, según Cardona, generales de todo tipo. "Imprecisos y contradictorios -afirmó-, como O´Donnel, el centrista más ilustre, que pretendía hacer política templada pero, a menos de nada, se calentaba y montaba la de Dios es Cristo. En ocasiones los protagonistas fueron oficiales de más baja graduación pero casi siempre fueron generales. Almirantes no, porque la Marina de Guerra habitaba su propio sistema planetario. En todo el siglo XIX sólo es destacable el almirante Juan Bautista Topete, unionista liberal, y en el XX Luis Carrero Blanco, que navegó casi toda su vida en una mesa de despacho".