"En los años 80 Manolo se convierte en uno de los grandes artistas que forman ya parte indisociable de la historia del arte gallego más reciente. Si dejase de pintar en ese momento ya estaría en los libros de historia", explica el director del Museo de Pontevedra, Carlos Valle, ante la mirada no del todo aprobadora del artista: "¡Si, Manolo, es así, no digas cosas raras! A pesar de ti estás en la historia".

Ese modo de estar en el arte se cristaliza desde ayer en la exposición "Pontevedra suite 1983-1987", con un total de 47 obras, no pocas de ellas grandes formatos. En ellas desfilan infancia, memoria, paisaje y, sobre todo, Pontevedra. "La iconografía, el mundo de Manolo Moldes no se explica sin Pontevedra, sus mitos, paisajes, figuras y recuerdos están ahí", añade Carlos Valle, que ayer acompañó al artista, al comisario de la muestra Ángel Cerviño y al diputado provincial delegado de Cultura Xosé Leal en un primer recorrido por la exposición.

Ésta podrá visitarse hasta el 17 de septiembre y propone también al espectador un viaje simbólico por un momento clave en el que se renueva el arte gallego con el movimiento Atlántica, del que Moldes fue un destacado representante.

Se ha recurrido a los fondos de varios coleccionistas españoles y del autor hasta reunir la práctica totalidad de los medianos y grandes formatos que realizó Moldes en los años que abarca la exposición, algunos de los cuales se muestran al público por primera vez; "pero a mayores de estas obras hay cientos de bocetos, dibujos, cuadros pequeños que por una razón de claridad no están aquí", señala Ángel Cerviño.

Esta etapa de excepcional creatividad y madurez, "también muy importante para mi a nivel vital", señala el artista, concluiría con el gran mural del centro de la Uned "y que es un poco la obra que cierra el ciclo y resume todo. Es increíble, si echas cuentas de cuadros, bocetos y murales salen a 2 o 3 obras maestras por mes", matiza el comisario de la exposición.

Cerviño destaca que "es la primera vez que se ven todas las obras juntas, ni quiera el propio Manolo, porque en los 80 pasaba una cosa que ahora resulta increíble: que las obras salían del taller y se vendían".

A mayores en las vitrinas se muestran algunas de las numerosas contribuciones de Moldes a la vida cultural y social local como un cartel de las fiestas.

Por su parte, el artista conservó en su estudio "lo que no pude vender" ironiza. Contempla la exposición "en un momento un poco de reencuentro con la figuración" y si se le pide hacer memoria recuerda que volvió a Pontevedra tras la muerte de Franco a pesar de que entonces se imaginaba trabajando en el extranjero para participar en proyectos como la revista infantil Vagalume, clave en la educación lectora y artística de los niños gallegos de la segunda mitad de los 70. "A Pontevedra quise convertirla en mi Nueva York", afirma.

A la pregunta de qué sensación le produce ver toda la obra reunida no lo duda y entre risas deja claro: "Aúpa Pontevedra. Hai que roelo"