En enero de este mismo año, el alcalde del Concello de Ourense, Jesús Vázquez, y el portavoz del grupo de gobierno, José Araújo, se reunieron con el muralista ourensano Mon Devane para atender la propuesta del artista en relación a la utilización de espacios de la ciudad para plasmar el arte urbano, algo que ayudaría a revitalizar zonas que actualmente carecen de color o se encuentran en un estado de deterioro.

En esta juntanza, Jesús Vázquez se comprometió a estudiar esta iniciativa cultural, que, según el edil, radica en buscar "espacios comunes y muros visibles de la ciudad para plasmar esta corriente artística". Varios meses después de este encuentro, el proyecto por el cual se dotaría de arte urbano espacios de la ciudad no se ha concretado y se sigue a la espera de su ejecución.

La irrupción del grafiterismo en España llega en los años 80 de la mano de lo que se conoce como movida madrileña: jóvenes de todos los puntos de España dejaban marcadas sus huellas en metros, paredes de edificios, estaciones de autobús y tren ayudándose de rotuladores y esprays que decoraban zonas públicas con un arte vandálico no reconocido por todos. Plasmaban sus ideas sobre lienzos improvisados bordeando las leyes de lo permitido, de noche y buscando los espacios más complicados para realizar la pintura, algo que, sin duda, la dotaría de mayor prestigio.

Este nuevo arte callejero que se comenzaba a instalar en España tenía en la música a su compañera de batallas más fiel. La llegada del break-dance a nuestro país a través de filmes estadounidenses como Beat Streets o Breaking marcó un antes y un después en lo que al grafiterismo se refiere. La bandas o grupos de este reconocido tipo de baile fueron las primeras en rubricar las paredes del gigante americano: reproducían sobre ellas el nombre que los identificaba o frases que aludían a su forma de bailar.

El tiempo puso a cada expresión artística en su lugar. Años más tarde de la estabilización del arte grafitero en España, el muralismo se introduce como una forma paralela de creación urbana que, a diferencia del grafiti, se ejecuta de forma legal. Conjuga lo esencial del arte inicial del espray y se olvida de los problemas legales que a este iban aparejados.

De esta manera, se abre un gran abanico de posibilidades para grafiteros que ven en el muralismo una forma de ganarse la vida llevando su creatividad al lienzo de la vía pública sin temor a ser denunciados y con el orgullo de ser autores de auténticas obras de arte expuestas en ciudades a la vista de todos.