Detrás de un producto estrella como el mejillón se esconden grandes historias de éxitos y fracasos. Aunque el bivalvo es a día de hoy una seña de identidad de Moaña, un municipio que no sólo vive de las ganancias que aporta el mercado del mejillón, sino que también acunó a la primera batea que se instaló en aguas gallegas para experimentar el cultivo de una especie que años más tarde se ha convertido en un referente gastronómico.

El moañés Enrique Juncal conoce muy bien los puntos negros del asentamiento de las bateas en las aguas gallegas. En el año 1932, el abogado Manuel Otero decidió cultivar mejillón en la ría de Vigo, siguiendo el modelo que había visto en uno de sus viajes a Cataluña. Después de realizar los trámites legales y de solicitar permiso a la Dirección General de Navegación, Pesca e Industria, puso en marcha un proyecto que acabó convirtiéndose en todo un éxito. Tras construir el vivero de mejillones, Otero confió su experimento a un moañés, Enrique Juncal, que se encargó del cuidado de la batea. Juncal poseía una tienda de ultramarinos en el entorno de Concepción Arenal, un negocio que servía de sustento para su esposa y sus dos hijos. Por aquel entonces, Juncal tenía 24 años y su nuevo cometido acabó costándole la vida.

Su hijo, llamado también Enrique, recuerda con emoción la historia de su padre. "Otero le dijo que le vigilase la mejillonera, que en principio estaba en Tirán pero fue trasladada hacia el entorno donde actualmente se encuentra la Cofradía de Pescadores porque el mal tiempo la castigaba mucho y la golpeaba contra las piedras", explica. A pesar de que la nueva ubicación era más segura que la anterior, la mala suerte azotó con fuerza la historia de la primera batea. "Mi padre podía ver la batea desde casa, porque vivía muy cerca. Un día hubo un gran temporal y tenía miedo de que se rompieran los amarres, así que pidió ayuda a un amigo para llegar en chalana a la mejillonera pero al final fue solo porque su acompañante decidió tirarse al mar y volver a tierra. Era un día de muchísima marejada", explica Juncal. Finalmente, su padre consiguió que la batea no sufriese daño. Pero él sin embargo "cogió una pulmonía y murió una semana después con sólo 24 años", rememora.

La familia del fallecido nunca supo qué tipo de relación unía al vigilante de la batea, Enrique Juncal, con el abogado e impulsor de la batea para el cultivo de mejillón en la ría de Vigo, Manuel Otero. No obstante, tienen constancia de que "después del fallecimiento de mi padre Otero se desentendió de la mejillonera", pero dejó una importante huella en el municipio. "Fue un acierto que registrara la batea en la Gaceta porque nos ayudó a descubrir esta historia; existen otros registros de zonas como Vilagarcía, donde también se implantaron bateas pero sobre el año 1946 ya que antes no hay registros", sostiene el moañés.

Enrique Juncal siempre tuvo curiosidad por conocer la historia de su padre, ya que cuando él falleció tenía seis meses. "Mi madre, Estrella Bermúdez, me contó muchas veces la historia y comprobé en la Gaceta de Madrid que efectivamente existió la mejillonera y que se instaló en la ría de Vigo", señala. Además, en reiteradas ocasiones el abogado Manuel Otero explicó su experiencia y "siempre mencionó a mi padre y su fallecimiento". A pesar de que la vida de la primera batea fue muy corta, el moañés recuerda que su tierra goza de tener "el mejor mejillón que hay, que es el de la ría de Vigo porque tiene grandes bajamares, un buen pasto y se lavan muy bien".

A pesar de que intentó ponerse en contacto con el abogado que apostó por la ría de Vigo para la cría de mejillón, nunca consiguió hablar con él. "No descubrimos el vínculo que tenía con mi padre ni lo sabremos porque ya falleció hace unos años", explica. Ahora quiere que la historia reconozca un hecho que, sin duda, marcó un punto y aparte en la historia de la industria mejillonera de la comarca e incluso de Galicia.