María Núñez Fernández tenía 22 años, vivía con sus padres y su hermana Josefa, de 10 años, en el barrio de A Madalena, en Coiro. La aldea, por aquel entonces, aún estaba lejos del bullicio marinero que era la villa de Cangas. Con esa edad ya había hecho kilómetros y kilómetros caminando hasta el pueblo para vender en la plaza los productos del campo que la familia cultivaba. Era un trabajo muy esclavo y se ganaba muy poco, recuerdan hoy las dos. A medida que pasaba el tiempo, y como en el cuento de La Lechera, María tenía claro el futuro, que pasaba "por dejar la aldea". Josefa también se ilusionaba con lo mismo. El cántaro no se rompió para ellas y el proyecto con el que la mayor de las hermanas convenció al padre José Núñez Martínez "Macillos" y en el que trabajó toda la familia, salió adelante con éxito. María, que tiene 74 años, y su hermana Josefa, de 62, se jubilan ahora "porque la salud ya no responde tanto", y con ellas acaba una etapa de 52 años de Casa Macillos, un restaurante mítico en Cangas y referente para toda la comarca y el área de Vigo.

Tras las vacaciones habituales de este mes, María y Josefa ya no volverán a encender los fogones del Macillos, a los que se dedicaron en cuerpo y alma en todos estos años. No ha sido una decisión fácil, dicen, les ha costado porque lo hacen con pena, pero con el agradecimiento al pueblo de Cangas y a todos los clientes por el apoyo que les han dado. Macillos siempre ha sido más que un restaurante, sigue siendo la casa de estas mujeres y de sus familias, el lugar de parada para muchos trabajadores que siempre han tenido en este local de la rúa Fomento, frente a la estación marítima, un menú rápido, sano y económico y también para otros clientes, algunos llegados en barco de recreo, en busca del mejor de los mariscos de la ría que Jesús Broullón, marido de Josefa, siempre se encargó de pescar.

María recuerda que en uno de sus viajes para vender en Cangas había escuchado la ganancia que daba servir una tapa y tuvo claro que había que dejar el campo, tan esclavo, y abrir un local de hostelería. Y así convenció a su padre que fue también el alma mater en el éxito de Casa Macillos. José Núñez Martínez, "Macillos", cuyo mote le viene "porque era pequeño como las mazas de diez pitillos de antes", recuerdan sus hijas, era un hombre muy popular, amante de la música a la que se dedicaba profesionalmente como acordeonista y miembro de la Orquesta Nuevos Ritmos. A Macillos le conocían en todas partes y desde Redondela acudían los marineros para tomar una tapa en su establecimiento y si había suerte disfrutar de una buena melodía al acordeón.

María aprovechó un momento en el que dos familiares se habían ido de la Orquesta Nuevos Ritmos y, a punto de jubilarse su padre, le animó a abrir un bar en Cangas. En el actual Macillos había una tasca y fonda y cogieron el traspaso. Al principio estuvieron su padre y ella y al mes siguiente, ya con un trabajo que desbordaba se unieron su madre María Fernández Freijomil y su hermana Josefa. Rayas, chinchos, xoubas, cariocas y piardas (bogones) eran las tapas que se servían entonces. El local era sólo el bajo y estaba lleno de barriles, señala Josefa que recuerda los trabajos que pasaban cuando tenían que ir a por el hielo en bicicleta hasta Massó o a mazar el pulpo en el muelle: "En San Cristóbal llegamos a machacar hasta 200 kilos de pulpo". Eran tiempos díficiles, no había neveras, ni agua corriente. Las hermanas acudían a Fuente Ferreira a carretar cubos y las colas eran largas.

Lo que empezó siendo un local de tapas, poco a poco, se fue convirtiendo en un establecimiento de comidas a donde acudían los marineros que, de noche, salían a faenar. Las hermanas recuerdan que cuando ya se disponían a cerrar para irse a la cama, llamaban a la puerta marineros de Redondela y de otros puertos, que conocían a su padre, para freírles unos pescados y nunca se les dijo que no, una atención que siguió igual hasta ahora.

María recuerda cuando su padre, que murió de enfermedad, le transmitía sus miedos a que el negocio no resultara: "Me vas a hacer gastar los ahorros y tendremos que volver a la aldea, me reprochaba. Pero no pasó eso y le cuidamos igual". Las hermanas estuvieron trabajando 20 años sin cerrar un solo día y fue sólo al fallecer su padre cuando decidieron establecer vacaciones: "Nos fuimos toda la familia a Tenerife, menos mi madre. Ella no quería cerrar, había miedo a que después la gente no volviera. El primer día de regreso estaba lleno. Fue una satisfacción", dicen emocionadas.