El sábado por la noche los centros de la llamada "movida" canguesa se llenaron de jóvenes, sobre todo el helipuerto y los pubs y discotecas de la Avenida de Marín, un síntoma de que la llegada del clima veraniego invita. Pero, como ponen de manifiesto las estadísticas, los bolsillos de gran parte de esos jóvenes ocultan el secreto para aguantar de pie hasta el mediodía siguiente. Ocurre con Charly (nombre ficticio), un joven cangués de 21 años que a las dos de la madrugada exhibe con una mezcla de descaro y disimulo medio gramo de cocaína. "Soy joven y lo que quiero es disfrutar; si no consumo ahora no lo voy a hacer cuando tenga que sentar la cabeza y me esperen mujer e hijos", razona casi sin inmutarse. Y es que el consumo de cocaína, que ya genera fuertes adicciones entre un significativo sector de la población, es tan común y empieza a estar tan aceptado que muchos jóvenes ni se esfuerzan en ocultarlo.

Charly explica en las inmediaciones del helipuerto que empezó a consumir cocaína a los 17 años, "porque la probé un día de fiesta y lo pasé genial, de hecho llegué a consumir prácticamente todos los días porque vendía droga para poder sacar dinero. Es lo peor que se puede hacer, porque al final acabas metiéndote rayas con todos los colegas que te compran", relata. Ahora, este joven de Cangas presume de que ya no esnifa cocaína. "Es una mierda, porque engancha muchísimo y para colocarte tienes que estar consumiendo cada media hora. Eso te corta la fiesta y hace que tengas que gastar una gran cantidad de dinero", apunta. Y de salud. Aún así, afirma que nunca dejó de consumir drogas duras. "Ahora prefiero tomar speed y MDMA, que me hace estar muy contento". Todavía vende, "aunque sólo entre amigos", esta última sustancia, que describe como una piedra cristalina y asegura que le pagan unos 60 euros por gramo. Su experiencia como "camello" le hace afirmar que el número de jóvenes que recurren a las drogas duras durante las noches de fiesta va en aumento, "sobre todo de MDMA y de la nueva pastilla de moda, que se llama 2CB y provoca un efecto similar al tripi". A día de hoy, el único efecto secundario que percibe este joven llega después de levantarse tras una noche larga. "Al día siguiente estoy un poco atontado y noto una sensación de vacío en el estómago, probablemente por consumir ácidos", reconoce.

En una situación similar se encuentra C.H.T., de 28 años. Antes de dirigirse a una discoteca asegura no llevar droga encima "pero no por cuidar la salud, sino porque cada vez me aburre más y porque si me meto cocaína, por la mañana no soy capaz de dormir". Este vecino de Cangas recuerda que empezó a esnifar en Barcelona, durante una excursión del instituto y cuando sólo tenía 17 años. Para financiar este vicio vendió tripis ,"pero sólo en ocasiones especiales, como los mundialitos o San Juan".

Más sangrante es el caso de C.G.P., que ahora tiene 25 años y consumió su primera raya cuando sólo tenía 15. "También lo probaron mis amigas, de la misma edad". Aún así dice que prefiere tomar pastillas "porque por la mañana no estoy tan cansada". A punto de entrar en una conocida discoteca, la buenense se escuda en que "todo el mundo que sale se mete una raya alguna vez". Pero otros lo niegan. "Paso de esa mierda", replica Yola.