Vilagarcía amaneció ayer de resaca. Con gente durmiendo en el suelo o en coches, las calles oliendo a orín y las playas y parques llenos de basura que los operarios de limpieza se afanaron por retirar cuanto antes. El tiempo, nublado y fresco, tampoco invitaba a mucho más, pero poco a poco, a medida que se acercaba el mediodía, la ciudad comenzó a desperezarse . Era día de San Roque, sinónimo de Festa da Auga y, para muchos, de juerga sin fin. No había más que ver, a media mañana, como los más resistentes al sueño seguían bailando al ritmo que marcaban los DJs, situados en la TIR, y con fuerzas para lo que se avecinaba y mucho más. Aunque, todo hay que decirlo, la Festa da Auga estuvo ayer menos concurrida y fue menos duradera que en años precedentes. Era día de semana, laborable en muchos municipios de Galicia, y el sol que tanto calentó en días anteriores no se asomó hasta que prácticamente ya no quedaba rastro de la peculiar celebración, declarada de Interés Turístico Nacional desde hace una década.

Pero nada, ni el clima ni el cansancio, pueden con la Festa da Auga, que demuestra año tras año su capacidad de atracción y las simpatías que genera entre miles de personas. Los que la conocen quieren repetir, los que no la han disfrutado nunca la quieren descubrir. Y así fue ayer, con miles y miles de personas abarrotando las calles y plazas y con ganas de una buena mojadura. Esta la recibieron con las mangueras que empuñaban miembros de Protección Civil subidos en sus camiones cisterna en la Praza de Galicia y en Conde Vallellano. La calle Covadonga y la Praza de Ravella fueron otras de las zonas "calientes" de la Festa da Auga desde la que se lanzaron millares de litros de agua para algarabía de los asistentes que, no conformes, pedían más y gritaban "¡aquí no llega!". Muchos vecinos contribuyeron también a que el centro de Vilagarcía se convirtiese en poco menos que una piscina, asomados a los balcones y a las ventanas, manguera en mano o con cubos con los que no dejaban pasar ni una oportunidad de empapar a quienes pasaban bajo sus fachadas. Pistolas de agua, botellas, calderos, chubasqueros, paraguas o gorros fueron algunos de los complementos más utilizados por los juerguistas, que a eso de la una ya comenzaron a sucumbir al frío y abandonaron progresivamente la Praza de Galicia. A la una y media lo hizo la cisterna y el ambiente se fue trasladando hacia la zona de la Baldosa, donde la música de los locales de hostelería era atronadora. A esas horas, el puerto de la localidad también estaba bastante concurrido. Los que aún resistían seguían pidiendo más líquido, y no importaba si por dentro o por fuera. En los alrededores de la zona TIR hubo fiesta durante toda la mañana. La explanada se llenó de música electrónica e incluso de espuma. A eso de las tres de la tarde la fiesta llegó a su fin. La música cesó y muchos jóvenes se apresuraron a comprar comida y aprovecharon para descansar bajo el sol en los parques de la localidad. Por la tarde, los atascos fueron la tónica dominante en los principales accesos a la ciudad.

La escasa colaboración ciudadana obligó a intensificar el equipo de limpieza. Más de 80 operarios municipales y de la empresa Cespa se afanaron, desde las siete de la mañana, para que la ciudad luciese su mejor aspecto. Las playas fueron la primera zona aseada para que el paseo de Carril se pudiese utilizar sin impedimentos. Tras la fiesta, se limpiaron las calles del centro. Sin embargo, los operarios se encontraron con el problema de que cada vez que se retiraba la basura de una zona, la gente que seguía de celebración, regresaba y volvía a ensuciarla, lo que hizo necesario que los efectivos de limpieza tuvieran que pasar una segunda vez. Tras la recogida a pie por parte de los operarios municipales, los trabajadores de Cespa se encargaron de retirar la basura con el camión de recogida. Posteriormente, otros vehículos baldearon y refrescaron los espacios públicos y, con las calles ya limpias, las familias y turistas tomaron el relevo de los amantes de la fiesta llenando las terrazas de los locales de hostelería y paseando por las calles como si de un día normal de verano se tratase.