El atentado ecológico que sufre Galicia a modo de incendios forestales, en su práctica totalidad intencionados, está movilizando a centenares de efectivos de diferentes cuerpos, servicios o instituciones que se juegan la vida para salvar el monte y proteger a los demás.

Unos visten de amarillo, otros de verde, algunos de rojo, los hay de naranja, de azul... Queda claro de este modo que se trata de efectivos dependientes de la Consellería do Medio Rural, miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME), Bomberos, policías, integrantes de agrupaciones de Protección Civil o de servicios municipales o supramunicipales de emergencias.

¡Pero qué importa el color! Lo que de verdad debe interesar es que esos hombres y mujeres se esfuerzan y se arriesgan, aunque a veces no se les valore cómo se merecen.

Estos días, cuando de repente se detectan decenas de focos simultáneos, los diferentes servicios pueden verse desbordados, es cierto. Puede que no siempre lleguen inmediatamente allí donde se les reclama. O quizás no cumplan con las expectativas que tienen los vecinos en un momento puntual, ya que cuando las llamas están cerca de la casa de uno el tiempo es más de oro que nunca y cada minuto que pasa parece una eternidad.

Pero a pesar de los posibles errores o fallos de coordinación, que pueden producirse y de hecho se producen, como en cualquier profesión, los equipos de emergencias están salvando cientos de vidas y miles, decenas de miles de hectáreas de monte.

¿Qué pasaría si los brigadistas no estuvieran ahí para responder a la actitud de los pirómanos? ¿Qué sería de Galicia sin los apagafuegos que día y noche combaten las llamas?

Esas son algunas de las reflexiones que deberían hacer aquellos que no dudan en criticar sistemáticamente a los equipos de emergencias y/o extinción. ¿Que hay efectivos que dejan mucho que desear?, pues puede que si, como en cualquier empresa o familia puede haber un empleado inepto o un hijo que se convierte en la oveja negra.

En lo que hay que pensar es en el respeto que se merecen esos profesionales que hacen turnos interminables y que pasan noches enteras sin dormir para frenar tanto grandes incendios como pequeños conatos, los cuales, por cierto, muchas veces se quedan solo en eso, en conatos, gracias al papel de estos profesionales.

Para animar a esta reflexión pueden ponerse algunos ejemplos prácticos. El jueves, sin ir más lejos, alrededor de cincuenta militares estaban sentados hidratándose y comiendo unos bocadillos. Cuando iban a ser fotografiados para FARO uno de ellos manifestó: "No, fotos así no, por favor, que después la gente dice que no hacemos nada y que estamos aquí para pasar el rato".

Pero claro, esos cincuenta militares acababan de sentarse sobre piedras y en el suelo después de una noche de locura tratando de controlar el fuego en la sierra de Barbanza. Se sentaron, destrozados por el cansancio, solo cuando les llegó el relevo, con la intención de reponer fuerzas y reincorporarse a las labores de extinción.

Días antes un grupo de vecinos se burlaba directamente de una cuadrilla de forestales de la Xunta que durante el control de un fuego permanecía en una pista forestal observando las llamas.

Aparentemente sus miembros no hacían nada, pero de pronto activaron las mangueras y empezaron a apagar el fuego que había prendido en un alcornoque.

Entre risas uno de los vecinos espetó: "Mira, mira, dejan quemar el monte y nuestras casas, pero apagan ese árbol porque es una especie protegida".

Lo que quizás no sabía ese hombre es que estaban dejando arder aquel matorral porque el fuego moriría allí, en la estrecha carretera, y tratar de apagarlo suponía malgastar tiempo, recursos y esfuerzos. Sin embargo al prender la llama en el alcornoque había que actuar, ya que de lo contrario el fuego cruzaría el vial y se extendería por el monte arbolado del otro lado, donde estaban las viviendas. Los agentes forestales siguieron a lo suyo, sin hacer caso a las burlas.

En otro incendio, y esto resulta más preocupante aún, un vecino aseguraba haber visto a un miembro de los equipos de extinción prender fuego al monte. Lo que no sabía es que se trataba de una maniobra de los militares consistente en provocar una hoguera controlada para crear una zona de seguridad -tierra quemada- y evitar el avance de las llamas que se acercan descontroladas.

Hay otros muchos ejemplos de la batalla que se está librando en los montes y de la política de taberna que desacredita a los equipos de extinción mediante comentarios injustos y muchas veces ridículos.

De ahí que quizás sea preciso felicitar a todos esos hombres y mujeres que se convierten estos días en héroes del monte. Puede que sea el momento de pedir un poco de respeto y sentido común a quienes amparándose en el populismo y la demagogia o avalados por la ignorancia no dudan en atacar sin reparos ni criterio a los brigadistas.