En el transcurso de esta semana se presentaba en Dena la "Agrupación Profesional de Viticultores Rías Baixas", una entidad que pretende brindar una serie de servicios al viticultor a la par que unir al colectivo para luchar en pro de un precio digno para la uva albariña, precio que viene en caída desde 2011. El presidente de la junta gestora que está alumbrando este nuevo colectivo es Fernando Crusat Méndez. Afincado en Dena (Meaño), es uno de tantos viticultores que ha heredado unas viñas que explota, junto con sus hermanos, una empresa familiar en la que tratan de una renta complementaria, por cuanto su profesión es ajena al mundo vitivinícola.

- ¿Por qué es tan difícil concienciar al viticultor para asociarse y forjar un frente común?

- Creo que es un tema cultural, el gallego recela siempre de partida. Cuando surgieron las cooperativas muchos de hecho lo hicieron, y no fue hasta algunos años después que se dieron cuenta de sus ventajas. Es pues un proceso, y nosotros nacemos para contribuir a él.

-- Existe ya una asociación de viticultores como es "Vendima". ¿Crear una segunda no significa atomizar el colectivo?

-- No, cuantas más haya mejor. Troncoso [presidente de "Vendima"] es además un buen amigo y hace su labor. Cierto que nosotros nacemos con otra filosofía que es más la de informar, formar y profesionalizar el colectivo. Eso no quita un segundo paso que podría ser el plantear federar en el futuro todas estas agrupaciones para ganar fuerza.

- Hablan de que esta ha sido la peor cosecha en cuanto a precios de los últimos 20 años. Pero ¿de qué precios estamos hablando?

- Estamos hablando de que muchos viticultores han cobrado a 60 y 70 céntimos el kilo de uva, pero hay quien lo han hecho a 45, incluso a 30 céntimos. Es un desprecio a nuestro trabajo. Y son ilegales por cuanto son precios muy por debajo de los costes de producción. Y si a ello añadimos las prácticas abusivas de ciertas bodegas?

- ¿Cómo cuáles?

-- Como obligar primero al viticultor a comprarle las cajas a las bodegas si querían venderle la uva, lo que no es más que una forma de tenerlo indirectamente atado para próximos años, o como, a la hora de pagar la uva, descontarle un 2 por ciento en concepto de logística, condición además que les fue dada a conocer a los viticultores en un contrato que firmaron después de entregar la cosecha.

- A la hora del precio el caballo de batalla que, según ustedes, debía servir de referencia son los tan comentados costes de producción. ¿Cuál sería en su opinión un precio justo que permitiera salvar esos costes?

-- Lógicamente los costes dependen del año y la cosecha. Pero por término medio entendemos que, en un año normal, la uva albariña debería oscilar entre 1 a 1,20 euros para que el viticultor no perdiera dinero.

- Cada vez vemos más en las grandes superficies Rías Baixas con precios a la baja. Los bodegueros pueden pretextar que pagan menos porque venden más barato.

- Es más bien al revés, ellos pagan menos y así pueden sacar al mercado vinos a tres euros o incluso menos. Ellos siempre mantienen su margen de ganancias, el que pierde es el viticultor. Por otra parte habría que plantearse es si esa política de precios a la baja es buena para de denominación, en mi opinión creo que no.

- ¿El albariño ha dejado de ser rentable para el viticultor?

- Tal y como están las cosas sí. Hay muchos que están dejando de trabajar sus viñas, sobre todo los jóvenes que tenían la actividad como una renta complementaria a su profesión en otro sector. Esos viticultores que pagan por podar, parrear y demás, están perdiendo dinero. Es grave porque además muchos son viticultores jóvenes por lo que estamos poniendo en riesgo el relevo generacional.

- Estando en Meaño, lugar de tantos furanchos de un tiempo a esta parte: ¿entiende que existe una relación entre el bajo precio de la uva y la proliferación de este tipo de establecimiento?

- En muchos casos sí. Mis compañeros de gestora dan fe en sus gestorías de como muchos viticultores se han negado a mal vender la uva y han optado por hacer el vino en casa. Ese vino tiene dos salidas: un furancho o la venta sin etiqueta. Un dato: en Rías Baixas están registrados 5.500 viticultores, y de ellos 2.000 no venden la uva a ninguna bodega ni etiquetan el vino. Es un mal endémico en la denominación.