La crisis ha ido devorando, lentamente primero, y con voraz agresividad últimamente, los sueños de muchas personas que se han visto de repente sin empleo. La desgracia es mayor cuando se trata de trabajadores que, después de toda una vida dedicada al mismo oficio y en la misma casa, de repente descubren que "madrugar no era tan malo".

¿Tiene derecho la gente mayor a seguir soñando? Los desempleados que superan los cuarenta años o los dejaron atrás hace mucho son muy numerosos en esta comarca, después de la caída de empresas de tanta solera como Cedonosa, Guau, Productos Ulla, Ankar y otras tantas que tenían en el personal de toda la vida la base de su mano de obra.

El ERE, esa palabra maldita que surgió casi de la nada para adueñarse de muchas historias personales, ha llevado a estos arousanos a pelearse a las puertas de sus factorías, en las manifestaciones o en los tribunales para defender su derecho a un trabajo digno.

Sin perspectiva ni presente

Después de unos meses cobrando las prestaciones de desempleo que les correspondían, estas víctimas de la crisis empiezan a ver como se quedan sin este colchón social. Algunos pueden agarrarse todavía a la ayuda de 426 euros, esa que para los más pudientes parece un lujo y para los menos una caridad que no habrían querido pedir nunca.

Pero los nubarrones en el horizonte se ciernen sobre aquellos que, son demasiado mayores para "reciclarse", algo que no contemplan porque saben que es inviable a estas alturas, pero demasiado jóvenes para cobrar la jubilación anticipada.

El temor es mayor para los que tienen edades comprendidas entre los 52 y los 54 años, pues esperan con impaciencia la decisión del Gobierno de España de si atrasa la jubilación anticipada a los 55 o la deja como hasta ahora en los 52 años.

Ramón Conde (52 años), ex trabajador de Cedonosa, es una de esas víctimas que se revuelve contra su destino. "Me hice autónomo durante un tiempo y me busqué la vida. Pero al final acabas siendo un obrero a las órdenes de un empresario igualmente, solo que el día que no trabajas no ganas. Había días que llegábamos a junto de él y nos decía que no había trabajo. Era un día perdido".

Juan José Ferreiro, (56 años) que trabajó 37 años en Productos Ulla, admite que sigue "echando currículums, pero a la gente le parezco viejo", por lo que se resigna a esperar a cobrar una escueta prejubilación.

El cepo femenino

En el caso de las mujeres la situación es aún más complicada. En muchos casos han tenido que pasarse toda la vida agarradas a trabajos temporales que las han dejado desprotegidas ante una crisis como la actual. Es lo que el sucede a Teresa Chaves (53 años), que solo cotizó 30 años a pesar de haber trabajado durante más de 35 en el sector de la conserva. Ella también espera como agua de mayo los 426 euros que, aún por encima, ve peligrar. La vilagarciana Mercedes Ares (47 años), no se resigna a las dificultades y es optimista. "Tengo el título de vigilante y buscaré trabajo de eso, en hostelería, pastelerías o lo que surja. Seguiré buscando". Su caso, el de una mujer independiente que tuvo que criar sola a sus hijos, podría ser el de otras muchas en una sociedad que derrapa hacia la involución.