José Luis Castro Méndez y su esposa, María Isabel Miniño Álvarez, se han convertido en estrellas mediáticas por haber ganado un juicio a Novagalicia Banco por las controvertidas participaciones preferentes. Tanto es así que ayer les dieron el día libre en sus respectivos trabajos para poder atender el aluvión de llamadas y de peticiones de entrevistas. Tienen dos hijos y viven en Viliquín, un lugar de Meaño ya muy próximo a Sanxenxo. En 2008 invirtieron 10.000 euros en preferentes sin saberlo –el director de la sucursal les dijo que era un plazo fijo totalmente garantizado–; en 2009 sacaron 2.400 euros de ese fondo para comprar un coche; y en 2010 fue a quitar los 7.600 restantes para hacer unas obras en casa y se encontró con la sorpresa de que no le daban el dinero. Puso el caso en manos de una abogada y la juez de Cambados, Olga Martín le acaba de dar la razón. José Luis Castro y María Isabel Miniño son todo amabilidad, y a pesar de que sus teléfonos apenas paran de sonar atienden a todo el mundo con paciencia. En sus rostros todavía pelean la alegría y el escepticismo. A primera hora de la tarde de ayer no habían recibido ninguna llamada del banco.

–¿Le gustaría recibir una llamada de Novagalicia?

–La verdad es que sí. Me encantaría recibir una llamada del banco. Lo primero que me gustaría escuchar es que no van a recurrir y que hasta aquí llegó nuestro viacrucis.

–¿Qué cree que pasará?

–Esta mañana nos dijeron que Castellano (el director general de Novagalicia Banco) dijo en una radio que no van a recurrir. No lo sé, pero si es así me parece fabuloso y un detalle por su parte. Creo que si el perdón que pidieron estos días es sincero y quieren mejorar su imagen tendrán que hacer algo.

–Le falsificaron la firma.

–Eso fue en el documento para la venta de los 2.400 euros que necesitaba para el coche.

–En el juicio coincidió con el director de la sucursal de Dena (Meaño) que le vendió las preferentes. ¿Se dirigió a usted?

–No se dirigió a mí para nada en ningún momento. Ni me pidió perdón ni disculpas por haberme engañado.

–¿Irá ahora por la vía penal para que se depuren responsabilidades por la falsificación de su firma?

–Tendremos que hablarlo con la abogada por si vale la pena, aunque en el caso de la firma creo que no fue él (el director de la oficina) quien la falsificó. Sobre eso me dijeron que es algo que se hacía a veces en confianza para evitarle al cliente las molestias de ir a la sucursal.

–¿Hubiese contratado las preferentes si les dicen que tienen una rentabilidad muy alta pero también algunos riesgos?

–No, para nada, en absoluto. Ni lo haría si me dijesen que el contrato era hasta 2050. No tengo ninguna carrera universitaria pero tampoco soy tonto y no iba a dejar quedar allí los ahorros de una vida.

–¿Confiaba en la justicia?

–Al principio tenía algo de dudas, pero sí, confiaba. Cuando vine a hablar por primera vez con la abogada todavía no se había escuchado nada de este problema con las preferentes y me sentía solo y desprotegido porque ni siquiera sabía si me pasaba a mí solo o no.

–¿Participó en las concentraciones de protesta?

–Cuando pude sí. De hecho fui a la de A Coruña del 2 de junio porque cuadraba en sábado y tenía el día libre. A las de Meaño no pude ir porque trabajaba.

–¿Seguirá acudiendo?

–Si me devuelven el dinero he llegado al punto y final de mi problema.

–¿Qué le diría a los demás afectados?

–Que no tiren la toalla, que sigan luchando hasta el final porque a la mayoría de la gente la engañaron como nos engañaron a nosotros.

–¿Algún familiar suyo adquirió también este producto de inversión?

–Dos hermanos y una sobrina de mi mujer. Pero ellos no llevaron el caso a los juzgados. Están en las plataformas.

–¿No le hicieron la prueba obligatoria de evaluación de sus conocimientos financieros antes de adquirir las preferentes?

–Ese famoso test apareció en el medio de los papeles cuando los pidió la abogada. Tenía mi firma, pero a mí ese test nadie me lo hizo, y tal y como estaba la firma hasta podría estar escaneada. De hecho, faltaba la de mi mujer. Nadie me hizo esas preguntas, las escuché por primera vez en el juzgado.