Así que, a poco que se mire bien, quizá nunca haya podido decirse con mayor razón que en este San Froilán eso de que no hay mal que por bien no venga. Porque fue con tan fausta circunstancia cuando Lugo se convirtió en foco referencial del botellón, vivió sus efectos colaterales llevados al paroxismo, y eso hizo reaccionar, parece que definitivamente, a su alcalde. Que primero se horrorizó, luego se indignó, más tarde apeló a las familias de los jóvenes vándalos y, finalmente, animó a sus colegas a una cumbre para buscar soluciones conjuntas. Hosanna.

Con las cosas como están, la cita no era innecesaria ni inoportuna, aunque ya se verá si da frutos o sólo es producto de una coyuntura especialmente difícil. Una duda que no es filosófica sino práctica: de hecho las grandes ciudades gallegas padecen este problema desde hace mucho y no han hecho equipo para tratar de resolverlo. Y lo que es aún peor, con algunas excepciones muy contadas, ni siquiera han puesto a la tarea su plena capacidad normativa e inspectora, por no decir represora, que ya se sabe es un término desagradable pero que, en argot coloquial, va en el sueldo.

Sus señorías, que son maestras -como todos los políticos notables- en el arte del escaqueo a la hora de fijar las responsabilidades, argumentan, no sin cierta razón, que sus medios para todo eso son escasos y, por tanto, reclaman ayuda, cuando no relevo, de otras Administraciones. Pero no es sólo una cuestión material: ocurre que como actores que viven muy cerca la democracia y sus riesgos, tienen cierta tendencia a eludir medidas que suponen impopulares y que, por tanto, les pueden costar votos: hay mucha gente que cree que este es una de las claves de la cuestión.

En este punto convendría que alguien les recomiende otra lectura de la realidad. Primero porque el cuerpo social está harto de las minorías que cada semana usan algunas calles a su antojo, las más de las veces en completa inmunidad: está harta una mayoría de jóvenes porque -con razón- cree que se les criminaliza injustamente; hartos están los habitantes de sectores urbanos en los que antes ni se podía dormir y ahora tampoco vivir y, en fin, más que hartos están muchos de los demás, perjudicados por los efectos de todo esto como mala imagen para su ciudad.

Así las cosas, los alcaldes que se reunieron ayer -aparte de muchos otros colegas- y que tan hermosas palabras pronunciaron y tan loables intenciones manifestaron, debieran meditar también sobre el dato de que todos esos afectados son muchos más que los grupos de vándalos del botellón y tienen más votos. Y por eso procedería revisar algunas estrategias, desde la evidencia -por supuesto- de que no podrán ganar la batalla solos, ni siquiera juntos: hacen falta las demás Administraciones, y las familias, y la gran mayoría de los demás jóvenes, y los hosteleros y comerciantes. O sea, la sociedad, porque es un asunto de país.

En el fondo, la solución está en un concepto, el del respeto a la ley, y en una voluntad, la de hacerla cumplir. Lo malo es encajarlos.

¿No...?